Hace quince años que no piso el Capitolio. Desde el segundo vasallaje,
cuando perdí a cuatro niños inocentes. Muchos son los que me dicen que
tengo que volver a hacer de mentora, que soy la mejor. Yo no creo que
eso sea cierto, todos los que han ido en mi lugar en los últimos años lo
han hecho muy bien, aunque nadie a traído de vuelta a tantos tributos
como yo. Pero ya soy muy mayor y no me veo con fuerzas.
Aunque
no haya ido a los juegos, he estado trabajando desde aquí, enseñando a
los niños técnicas de supervivencia tales como crear anzuelos o redes
capaces de atrapar a un contrincante. Me siento en la playa cada día y
observo a mis nietos crecer, hasta que el griterío de niños en la orilla
me obliga a levantarme, con esfuerzo e ir en su encuentro.
- ¡Buenos días a todos! - los saludo al llegar junto a ellos. - ¡Se os oye desde mi casa! - todos ríen, y yo con ellos.
- ¡Llegas tarde Mags! - dice Dawn, sentándose a mi lado.
- Lo sé pequeña, pero ya no estoy tan ágil ni soy tan rápida. - mi
declaración provoca más risas. - ¿Alguien me pasa un poco de cuerda? Os
voy a enseñar a hacer un nudo del que nadie, sin un arma cortante podrá
escapar.
Estas últimas palabras callan toda conversación o
risa. Ahora todos me prestan la mayor de las atenciones. Estoy ayudando a
Awel con su nudo, cuando noto que alguien se acerca al grupo de
puntillas.
- ¡Finnick Odair, llegas tarde!. - digo sin levantar la vista de la cuerda que tengo en las manos.
Escucho las risas de los otros y la suya propia mientras se acerca a
mí. Me rodea con los brazos y me da un beso en la mejilla.
-
Lo siento Mags, estaba practicando con el tridente y se me fue el
tiempo. - se disculpa con esa voz dulce y zalamera que sabe que desarma a
cualquiera.
- Dile a tu padre que los nudos también son
importantes. - le digo pasándole una cuerda. - ¿Acaso ya a olvidado
quien le enseñó a atar cabos? Aun recuerdo la primera vez que el mar se
llevó su barquita porque no supo amarrarla correctamente. - todos ríen y
veo aparecer a River, el hijo mayor de Ona.
- ¿Puedo unirme al grupo? - pregunta algo tímido.
Tras unos
segundos mirándolo, le ofrezco una cuerda y lo invito a sentarse a mi
lado. Estoy algo nerviosa, es la primera vez que voy a hablar con uno de
mis nietos. Se parece mucho al hombre del cual heredó el nombre,
excepto los ojos, tiene los ojos de su madre, que son exactamente igual a
los míos.
- Creo que no nos conocemos, me llamo Mags. - me presento a la vez que le ofrezco la mano.
- River Frey. - se presenta mientras me estrecha la mano.
- Justo ahora les estaba enseñando a hacer un nudo corredero, ideal
para atrapar presas. - mientras los otros van practicando sus nudos, yo
le explico paso a paso a River algunos nudos importantes que ya hemos
hecho.
A lo lejos se oyen las voces de algunas madres llamando
a sus hijos, miro al cielo y me doy cuenta de que se nos a pasado la
mañana volando. Algunos se levantan y me enseñan sus nudos antes de irse
a casa. Yo me levanto y me acerco a la orilla para mojarme un poco la
cara. Cuando me giro para marcharme, Finnick está tumbado en la arena
trabajando en sus nudos y River sigue sentado donde lo dejé. Me acerco a
él y me siento a su lado, está intentando hacer un nudo tejedor, pero
anticipa una vuelta de cuerda y cuando la estira se deshace todo.
- Primero has de pasar la cuerda por debajo y después volverla a pasar
por arriba, luego le das la vuelta y ya lo tienes. - le explico.
Sigue mis instrucciones y finalmente lo consigue. Me mira sonriendo y me
lo enseña, asiento sonriendo también y entonces, aparece ella
acompañada de una niñita preciosa de bucles cobrizos iguales a los de
ella.
- ¡Ri! - lo llama.
Él se gira y la llama con
la mano para que se acerque. Ella pone los ojos en blanco, pero
finalmente echa a andar hacia nosotros.
- Hola. - me saluda de
pasada y yo asiento con la cabeza en un saludo silencioso. Se agacha
junto a su hijo y este le enseña el nudo. - ¿Desde cuando te interesan
los nudos?
- No lo sé, pero me pareció buena idea aprender algunos, por si acaso... - dice susurrando las últimas palabras.
- ¡Tú no vas a ir a los juegos, no necesitas saber esto! - le espeta ella con claro disgusto en la voz.
- Mi abuela siempre decía que el saber no ocupa lugar. - le digo.
- Y eso lo dices tú, que estás aquí sentada enseñando a todos esos
niños a hacer nudos para atrapar a otros niños y así poder matarlos. -
me dice empezando a alzar la voz.
- Mamá, te estás pasando. No tienes ni idea de lo que estás diciendo. - le espeta River a su madre.
- No creo que ese sea modo de hablar a tu madre jovencito. - le
reprocho a River. - Y con respecto a lo que me echas en cara. - empiezo a
decirle a ella. - Yo no estoy aquí para enseñar a niños a matar a otros
niños, les enseño a sobrevivir. Todo lo que yo les enseño les sirve
para la vida aquí, en el mar. - le digo mientras se lo señalo. - Son
cosas que todo habitante del distrito cuatro necesita saber si quiere
labrarse un futuro.
Dicho esto me levanto y me giro hacia Finnick, que no a levantado la vista de su cuerda ni un segundo.
- ¡Finn! - lo llamo. - Acompañame a casa, tengo algo para Lux.
Lux es íntima amiga mía y abuela de Finnick. Él y su padre, Jonah, viven
con ella desde que su madre murió cuando él tenía siete años. A pesar
de que Jonah trabaja y Finn lo ayuda de vez en cuando, no siempre tienen
suficiente dinero para comer. Por eso yo me encargo de que no les falte
de nada, igual que hago con mi hija y su familia, aunque al contrario
que Lux, ella no lo sabe.
Por el camino que lleva hasta mi
casa, Finnick me avasalla a preguntas sobre distintos tipos de nudos o
sobre como hacer un anzuelo con la espina de un pescado y el tallo de
una flor. Finalmente llegamos y lo invito a pasar, lo conduzco hacia la
cocina y le ofrezco un gran pedazo de bizcocho de limón y un vaso de té
helado. Mientras él come, seguimos hablando del tema y yo le voy
preparando todo lo que se tiene que llevar a casa: comida, algunas
medicinas, algo de ropa y un poco de dinero. Pasado un rato, nos
despedimos y ya cargado de provisiones se marcha. Yo me siento en mi
mullido sillón y me pongo a bordar el regalo de cumpleaños de Sirin, la
hija pequeña de Ona.
Llaman a la puerta y aunque mi primer pensamiento fue no abrir, finalmente lo hago y me arrepiento casi al instante.
- ¿Cuantas veces he de decirte que no vengas a mi casa? - le espeto a
la vez que la tomo del brazo y la meto corriendo en casa, asegurándome
de que nadie la ha visto antes de cerrar la puerta.
- A pasado mucho tiempo Mags... - dice Rose en tono cansado.
- Eso no importa, mientras ella siga viva nadie debe saberlo. -
susurro. - Dime que necesitas y te lo daré, pero debes marcharte cuanto
antes.
- No necesitamos nada gracias a ti. - dice.
- Entonces, ¿a qué has venido? - le pregunto, ahora preocupada.
- Ona me ha contado vuestra discusión de esta mañana. - me explica. -
Está muy disgustada por la forma en que te habló y me ha pedido que
viniera a disculparme.
- ¿Porqué no ha venido ella? - le pregunto, aunque realmente no quiero saber la respuesta.
- Porque está avergonzada. - me dice. - Y más después de que yo la reprimiera por su conducta.
- ¿Porqué has hecho tal cosa? - le digo, ahora claramente enfadada.
- Pues porque soy su madre, ¿no? - esa simple frase me parte el alma,
porque aunque me duela, es la verdad. Ella es su madre, no yo. Es su
deber reñirle aunque ya sea una mujer adulta, yo quise que así fuera el
día que se la entregué.
- Tienes razón, tú eres su madre. - le digo con pesar. - Dile que está todo olvidado, que no la culpo por lo que dijo.
Rose asiente y la acompaño a la puerta, antes de cerrar recuerdo el
regalo y le grito que espere, me meto en la casa y cojo el vestido
blanco bordado en plata que cuelga del brazo del sillón, vuelvo hacia la
puerta y bajo los escalones del porche para encontrarme con ella.
- Toma, es mi regalo para Sirin. - le digo entregándoselo. - Espero
haber acertado con las midas. - le digo con una triste sonrisa en el
rostro.
Ella vuelve a asentir y se marcha por el camino de tierra, yo me quedo dónde estoy hasta que la veo desaparecer colina abajo.
Una semana después, de camino a la plaza para la cosecha, veo a Ona
junto a su marido y Sirin, que lleva el vestido que le hice. Supongo que
River ya ha ido a ponerse junto a los demás chicos de su edad. Subo al
escenario con la ayuda de Tyr y me siento en mi sitio antes de que el
alcalde Sattherwaite empiece con su aburrido discurso de siempre, al
finalizar, le llega el turno a Niwl, que después de saludar pomposamente
se dirige a la urna de la chicas, coge una papeleta y vuelve al centro
del escenario. Carraspea tímidamente y lee en voz alta y clara:
- Nina MadHatter.
Vemos aparecer a una chica de unos dieciséis
años alta y delgada, con el pelo castaño recogido en una coleta. Parece
segura de si misma y eso me gusta.
Niwl la recibe sobre el
escenario con un fuerte apretón de manos y acto seguido, se lanza a por
el nombre del chico. Tarda unos segundos en coger la papeleta porque la saca del fondo, vuelve al centro y lee:
- Finnick Odair.
Mi corazón se detiene con una sacudida dolorosa cuando veo aparecer al
chico en el escenario. Parece fuerte y seguro de sí mismo, pero yo lo conozco desde
que nació, y se que detrás de esa gran sonrisa, está aterrorizado. Miro
hacia el público y encuentro a Lux llorando desconsoladamente sobre el
hombro de Jonah. Sigo mirando en busca de River, que está a salvo, junto
a sus padres y es entonces cuando me decido.
Hacía mucho
tiempo que no entraba en el Edificio de Justicia, pero no parece haber
cambiado nada. Subo en el ascensor hasta la primera planta. Me topo con un
agente de la paz cuando se abren las puertas y sin hacer caso de lo que
me grita, aprieto el paso y me dirijo a la sala de espera de los
familiares de los tributos. Justo cuando llego, se abre la puerta y
aparece una sollozante Lux agarrada del brazo de Jonah, que no llora
pero tiene los ojos muy rojos.
- ¡Lux! - grito, acercándome para estrecharla entre mis brazos. - No temas, iré con él y lo traeré de vuelta, te lo prometo.
Un par de agentes aparecen para llevárselos y es entonces cuando me escabullo dentro de la sala donde está Finnick.
- ¡Mags! - exclama al verme aparecer por la puerta.
- No te preocupes, volverás a casa aunque sea lo último que haga. - le
digo mientras le acaricio el cabello del color del bronce. - Te espero
en el tren, no digas ni hagas nada hasta que nos veamos.
Vuelvo al ascensor para bajar y el mismo agente que antes me gritaba,
vuelve para seguir con su perorata de antes. Yo simplemente lo miro
sonriente, como si no entendiera ni una palabra de lo que me dice. Llevo
años haciéndome pasar por senil. He fingido tener varios ataques
propios de mi edad, pero aparte de una rodilla un poco cascada, estoy
fuerte como un tifón. Al llegar abajo, me voy directa al tren y a pesar
de las súplicas de Tyr y Balder de que es mejor que me quede en el
distrito, me subo al vagón. Poco después, aparece Niwl con Finnick y
Nina, que a pesar de la serenidad de su rostro, el enrojecimiento ocular
la delata.
Le hago a Niwl un gesto con la mano, pidiéndole un poco de intimidad y
ella enseguida desaparece tras una puerta dejándonos solos. Los invito a
tomar asiento y yo hago lo propio frente a ellos. Al doblar la rodilla,
emito un leve quejido de dolor y Finnick, siempre atento, se levanta de
su asiento para ayudarme.
- Gracias. - le digo acariciándole la cara con suavidad.
El sonríe y se vuelve a sentar junto a Nina.
- No tenemos mucho tiempo, pronto llegaremos al Capitolio y una vez
allí pasareis a manos de los estilistas y sus equipos de preparación. -
les informo. - No volveremos a vernos hasta después de la ceremonia
inaugural. Portaos bien y sed educados con todos ya que la primera
impresión que causéis será la más importante durante vuestra estancia
aquí, eso os ayudará a conseguir patrocinadores.
- ¿Crees que podrás conseguir buenos patrocinadores? - me pregunta Nina.
- ¡Por supuesto que lo hará! - exclama Finnick algo molesto. - Era la mejor mentora de todo Panem.
- Y yo no lo pongo en duda. - se defiende Nina. - Pero has de reconocer
que es muy mayor y está enferma, todo el distrito cuatro lo sabe.
- ¿Porque habláis como si yo no estuviera aquí? - les pregunto, ambos
bajan la mirada avergonzados. - Soy mayor, pero todavía rijo, créeme.
Todo lo que oigas en el distrito sobre mí, son solo cuentos de vieja
chismosa.
- Si, de una vieja chismosa llamada "Mags" - dice
entre risas Finnick a la vez que hace unas comillas con los dedos al
pronunciar mi nombre.
- Si, bueno, admito que yo inventé
algunas de esas cosas. Pero no es mi culpa que la gente las creyera, ¿no?
- les pregunto. - Al fin y al cabo, estaba siempre en la playa
enseñando a todo el que quisiera, podrían haber preguntado.
- Supongo que si. - dice Nina.
- Bueno, ahora dejémonos de tonterías y vayamos al grano. - les digo en
tono mas serio. - Vuestras habilidades. Necesito saberlas para empezar a
trabajar. - ambos me prestan toda su atención. - Finnick, ya se cuales
son tus puntos fuertes, pero quizás te guardes un as en la manga,
¡sorprendeme!.
- En realidad ya conoces mas o menos todo lo se
hacer... Aunque últimamente he estado practicando mucho con el tridente
de mi padre, que es mas grande y pesado. - explica.
- Jonah es un gran maestro y si tu eres la mitad de bueno que el, no tendrás muchos problemas. - le digo. - ¿Nina?
- Bueno, yo no sé manejar un tridente. - dice mirando a su compañero de
reojo. - Pero se nadar bastante bien y soy ágil y rápida.
- Bastará si eres inteligente. - le digo.
Sigo dándoles instrucciones para causar una buena impresión en su
llegada al Capitolio, mientras tomamos un tentempié, cuando aparece Niwl
para avisarnos de que en breve llegaremos a la siempre atestada
estación.
- Perfecto, gracias Niwl. - le digo, antes de
girarme para encararlos de nuevo. - Recordad todo lo que hemos estado
hablando y todo saldrá a pedir de boca.
Quince minutos
después, el tren entra en la abarrotada estación. Parece que todo el
Capitolio esta aquí metido, no cabría ni un alfiler. Al bajarnos, todos
gritan el nombre de Finnick. Mujeres y hombres, niños y niñas, todos. Hasta que salgo de entre las sombras creadas por el vagón y un susurro
de exclamación y sorpresa recorre toda la estación. << ¡Es Mags! >> murmullan
algunos, << No puede ser... >> musitan otros, << Parece muy mayor >> susurran. ¡Que esperaban!, que fuera siempre joven y guapa.
Unos avox vienen a recoger a los tributos para llevarlos con sus
correspondientes equipos de preparación y a mí, como si me hiciera falta,
uno me agarra del brazo y me guía hasta la sala de mentores, dónde me
ayuda a sentarme en un cómodo sillón de terciopelo color borgoña y me
ofrece una vaso de zumo de naranja. Supongo que cree que necesito tomar más
vitaminas. Me bebo el zumo por no hacer el feo, mientras espero a que
lleguen los demás mentores. Justo cuando voy a dar el último trago,
aparece el mentor que faltaba, borracho como una cuba. Se sienta a mi
lado y el pestazo a alcohol de su aliento me da arcadas, pero me
contengo. Es el ganador del segundo vasallage de los veinticinco. No
tengo el placer de conocerlo, tuve que marcharme del Capitolio en el
mismo instante en que murió mi último tributo. De todos los que han
estado o estamos aquí, sin duda alguna, él es el mejor, el que tienen
más mérito. Tuvo que superar el doble de adversidades y oponentes,
cuarenta y siete niños tuvieron que morir para que él pudiera volver a
casa.
- Tú debes de ser Haymitch, ¿no es cierto? - le digo en una voz que es apenas un susurro.
Se gira hacia mí y me mira con el ceño fruncido, se aparta el pelo de la cara, tose sin taparse la boca y me dice:
- Si señora, soy yo. - dicho esto se recuesta hacia atrás en su asiento y empieza a roncar sonoramente.
Pasado un rato que se me hace interminable, nos indican que debemos ir a
las cuadras. Finjo que me cuesta levantarme y sorprendentemente
Haymitch es el único que se ofrece para ayudarme Me lleva del brazo
hasta el pasillo, dónde un avox que me resulta vagamente familiar me
ofrece su brazo. Durante el camino hasta los ascensores, no puedo evitar
mirarlo de reojo de vez en cuando, intentando recordar de que lo
conozco, pero no caigo. Me meto en el primer ascensor que encuentro
abierto junto con tres mentores más a los que no presto ni la más mínima
atención. Cuando se abren las puertas, Niwl me está esperando.
- ¡Estoy deseando ver la cara que pones cuando veas a los chicos! - exclama.
Me lleva hasta un carro tirado por unos impresionantes caballos tan
blancos como la nieve. Justo al lado veo a los chicos, Finnick lleva una
toga blanca que le deja el maquillado torso al descubierto. Le han
dibujado pequeñas escamas en tonos azules y verdes brillantes por aquí y
por allá. En su mano derecha lleva un tridente pequeño y plateado, a
juego con el que Nina lleva puesto en el pelo, para sujetarle la melena.
Su vestido, deja también mucha piel al descubierto, pero tapa todo lo
que tiene que tapar.
Siento a Niwl llamarme y me giro para
encontrarme con ella. Está con una mujer muy extraña. Tiene la piel
estirada, decorada con unos tatuajes formando rayas negras y doradas y la nariz
aplastada con largos bigotes. Me acerco a ellas y Niwl me la presenta.
- Te presento a Tigris, la estilista de Finnick.
Le doy la mano y la estrecha entre las suyas, de uñas largas y afiladas.