viernes, 20 de julio de 2012

CAPÍTULO 28 Mags

Releo la nota un par de veces más, la doblo y la meto de nuevo dentro del agujero, antes de taparlo con el desgastado ladrillo. Miro hacia ambos lados antes de salir del callejón y me vuelvo a fundir entre la multitud. Camino despacio pero con paso firme, puedo ver las puertas del Centro de Entrenamiento a escasos cincuenta metros de mí. Mientras camino despreocupadamente, evoco recuerdos. Recuerdos peligrosos, pero después de tanto tiempo ya nada me da miedo.

<<Oigo chistar a alguien. Me giro y veo a un hombre de mediana edad que me hace señas para que me acerque. Lo hago y al llegar a su altura me sujeta del brazo y nos escondemos entre las sombras.

- No tengas miedo, soy un amigo. - dice para tranquilizarme.


- ¿Qué quiere? - le pregunto extrañada por la urgencia de su voz.


- Ayudarte, se lo que pasó en el Capitolio los pasados juegos. - frunzo el ceño, pensando en lo ocurrido con River y él, asiente como si supiera lo que pienso.


- ¿Cómo? - pregunto, ahora la urgencia sale de mi boca. - ¿Quién es usted?


-  La resistencia. - susurra mirando en derredor. - Toma. - pone en mi mano una diminuta pastilla amarilla, la miro detenidamente, intentando averiguar que es.>>


Ese fue el principio de todo. Ese hombre y su pastilla, fueron la nota detonante. Empecé a indagar y poco a poco me fui metiendo en la resistencia, un grupo con ansias de acabar con el Capitolio. Una ansias tan grandes como las mías. Dejé de hablar, para empezar a escuchar. Les daba valiosa información e incluso llegué a reclutar a algún que otro miembro. Cada año hacíamos reuniones secretas en el Capitolio, siempre en lugares distintos, para no crear sospechas sobre los demás.

Hacía años que no venía a una reunión. Trabajaba desde el cuatro, con ayuda de algunos otros. Pero este año es distinto. En cuanto supieron que volvía al
Capitolio se pusieron en contacto conmigo. El avox que me ayudó el primer día al salir del tren dejó caer una nota en mi bolsillo. Cuando sacó la mano, enseguida metí yo la mía, notando así el papel. Intente disimular mi sorpresa ante su acto, para que nadie notara nada fuera de lo normal. Este simple hecho me escamaba bastante, no lograba entender a que se debía, pero cuando el chico alzó la vista lo reconocí al instante. Era Ethan, el hijo de Berg, el hombre que me dio la pastilla amarilla que acabó con la vida de Augustus Merryweather. Entonces lo entendí todo.

Cuando abro la puerta y entro a la sala de mentores, todos se giran para mirarme. Sonrío y les explico que me quedé dormida. Algunos se ríen y me saludan, otros niegan con la cabeza y fruncen en ceño. Me siento al lado de Seeder y Cecelia y entablamos una conversación. Hablo poco, porque se supone que estoy un poco chocha y no quiero que mi tapadera se sepa. Veo a Haymitch al fondo sirviéndose otra copa y siento pena, aunque lo comprendo perfectamente, yo también quisiera olvidar muchas cosas. Al final de la jornada, subo a mí planta y me siento a esperar a los chicos. Después de darse una ducha, se reunen conmigo en el salón y hablamos de los entrenamientos privados que tendrán lugar mañana.

- Tenéis que tener muy claro lo que mañana queréis mostrar ante los vigilantes, os aconsejo que os guardéis un as en la manga. No hace falta que lo sepan todo. - les digo.

- Yo no tengo mucho que enseñar, así que haré todo lo que se. Me tengo que asegurar una buena puntuación si quiero que los otros profesionales me acepten cuando ya estemos en la arena. - dice Nina.

- Yo creo que haré algunos de los nudos que me enseñaste y puede que ponga algunas trampas. - dice Finnick.


- Perfecto. Espero que mañana tengáis suerte y los vigilantes os den una buena puntuación. - les digo levantándome para la cena.

Nos dirigimos al comedor y nos sentamos a la mesa. No me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta ahora. Hoy casi no he comido nada y ahora arraso con todo lo que puedo. Cuando sirven el postre, me como dos pedazos de tarta de queso con mermelada de fresa, que está exquisita. Después de un té de hierbas para bajar la cena, me voy a mi habitación a descansar. Mañana es un gran día y necesito estar descansada.

Me despierto al alba y me doy una ducha. Al salir del baño me dirijo al gran armario de caoba y elijo algo discreto. Salgo de la habitación y me dirijo al comedor, dónde Niwl y los chicos me esperan para desayunar. Me tomo un café bien cargado y un bagel de queso con semillas de sésamo y mantequilla. Bajo con los chicos en el ascensor y al llegar a mi planta me despido y les deseo suerte. Al salir del ascensor me dirijo directamente a la sala de mentores. Me paso gran parte de la mañana mirando el reloj de forma enfermiza. A las dos y media me levanto y me disculpo ante los demás, explicándoles que me siento exhausta y quiero ir a descansar. Al salir, me encamino por los pasillos que van directamente a la calle. Estoy a punto de salir sin ser vista. Casi lo he conseguido, pero cuando ya tengo una mano sobre el picaporte de la puerta, un Agente de la Paz se me acerca.

- ¿Va a algún lado señora? - me pregunta.

Me limito a mirarlo sonriente y con la expresión más inocente que soy capaz de poner. Otro agente se nos acerca e intercambia unas palabras con su compañero.

- ¿Ocurre algo? - pregunta entrecerrando los ojos al mirarme.

- Quiere salir fuera del recinto, señor. - le explica.

- Solo quiero tomar un poco de pastel. - les digo.

Los agentes me miran durante unos segundos y después se miran entre si. El más alto se encoge de hombros y el otro, que parece tener más poder en su cargo, me abre la puerta permitiéndome salir. Antes de que se cierren las puertas puedo oírlos hablar.

- No creo que sea ningún problema dejarla ir, está chalada. - dice el alto. - ¡Pastel! Dice que quiere ¡pastel! Como si aquí no hubiera... - añade negando con la cabeza a la vez que sonríe.

- Si, no la tendrían que haber dejado venir a estos juegos. - sentencia el otro.

<<Pardillos... - pienso. - Siempre me salgo con la mía.>> En cuanto salgo del alcance de su vista, me pongo unas oscuras gafas de sol y me meto entre el gentío procurando que nadie me reconozca. Miro el reloj y son menos cuarto. Mi charla con los agentes me ha robado un tiempo precioso, solo espero no llegar tarde. Cruzo de una calle a otra y camino dos manzanas más hasta llegar a la calle rosa. No es que la calle se llame así, simplemente es que está pintada de ese color. Al poner los pies en esa calle, me quedo parada mirando a mi alrededor en busca del pastel azul, pero no veo ninguna pastelería por aquí. Frunzo el ceño, al pensar que quizás miré mal el papel o puede que lo interpretara mal. Cuando me fijo, que justo en el escaparate de la tienda que tengo en frente, hay un bonito pastel azul dibujado en una de los numerosos cuadros que venden. Me acerco más al cristal para verlo y en la esquina inferior derecha, leo la palabra Nico. Entro en la tienda y el repiqueteo de las campanillas de la puerta me sobresaltan. Me acerco al mostrador, donde un hombre con espeso bigote blanco me sonríe al verme entrar.

- ¡Buenos días, señora! - me saluda con fervor. - ¿En qué puedo ayudarle?

- Quiero el cuadro del pastel azul. - le digo mirándolo a los ojos.

- Por supuesto, venga conmigo. - dice, mientras hace un gesto con la mano invitándome a pasar dentro del mostrador.

Una vez allí, pulsa un botón que abre una trampilla en el suelo, donde hay una oscura escalera. Me ofrece una linterna y me ayuda a bajar por ella. Una vez abajo, camino por unos pasillos serpenteantes hasta que al final de uno, veo una luz brillante dándome la bienvenida. Al llegar allí, apago la linterna y entro en la iluminada habitación. Antes siquiera de ver a nadie, una voz grita mi nombre.

- ¡Mags!

Consigo enfocar la vista y veo Shoppo que viene hacia mí con los brazos abiertos, nos damos un gran abrazo y saludo a los demás. Me siento en una silla y todos me bombardean con preguntas.

- ¿Como es que has vuelto después de tanto tiempo? - pregunta Shoppo.

- Tenía que hacerlo, Finnick Odair es como un nieto para mí, no podía dejarlo solo. - les explico.

- ¿Crees que sospechan de ti? - me pregunta Berg.

- No, todos piensan que estoy loca. - les digo. - Así que no me prestan especial atención. Lo que me ha sorprendido bastante es que hayáis logrado entrar en el Centro de Entrenamiento, haciéndoos pasar por avox. - digo mirando a Ethan.

- Necesitamos gente en todos lados si queremos estar al tanto de todo, ¿no crees? - dice Ethan.

- Por supuesto, pero es sumamente peligro, teniendo en cuenta que tú, a diferencia de ellos, si tienes lengua. - le explico. - Tenéis que andaros con mucho ojo, cada cierto tiempo comprueban las bocas de los avox.

- ¡No solo les cortan las lenguas y los ponen a servir, si no que encima los revisan para asegurarse de que siguen siendo mudos! - dice Shoppo, levantándose y dando un fuerte golpe a la mesa, indignada tras mi explicación.

- Cálmate, ya sabes como funcionan las cosas por aquí. - le dice Ethan al tiempo que le pasa un brazo por los hombros y la atrae hacia si para darle un beso.

- Todos sabemos que así es como va Panem, pero eso no quita que me cabree al enterarme de estas cosas. - dice apartando a Ethan aun enfadada.

- Siento interrumpir, pero pronto me echarán de menos. - digo mirando a todos los presentes. - ¿Para que me habéis hecho venir?

- La cosa cada vez está peor Mags, pronto pasará algo que hará estallar una guerra. La gente ya empieza a estar cansada, cada vez somos más y más fuertes, pero necesitamos estar preparados. - dice Berg. - Ya tenemos gente de casi todos los distritos, pero aun se nos resisten el uno y el dos. Ahí es donde entras tú. Necesitamos que hables con los mentores de esos distritos. Tal vez consigas que nos escuchen.

- Lo veo muy difícil por ahora. No los veo uniéndose a nosotros, pero de todos modos lo intentaré. - les prometí.

Miro de nuevo la hora y me levanto. Me despido de todos y agarro de nuevo la linterna para subir por la escalera. Al llegar arriba doy dos toques al techo y este se abre para dejarme salir. Me despido de Al y salgo de la tienda disimuladamente. Tardo menos de diez minutos en llegar a la cuarta planta del Centro de Entrenamiento. Cuando se abren las puertas, Finnick salta de su asiento para contarme todo lo que ha hecho durante su entrenamiento privado. Está completamente exaltado, por lo que deduzco que le habrá ido bien. Nina también me cuenta que tal le ha ido y parece estar también bastante contenta con el resultado obtenido.

Después de cenar, nos sentamos todos en el salón para ver las puntuaciones de las sesiones privadas. Caesar Flickerman está radiante de alegría, a pesar de que da bastante miedo tal y como va vestido .Todo de morado, incluso el maquillaje, lo que le da cierto aire fantasmal. Las puntuaciones obtenidas por los distritos uno y dos oscilan entre el 10 y el 8, como siempre. Los del tres obtienen cada uno un 6, que no está nada mal. Ahora llega nuestro turno. Diez puntos para Finnick, que no puede evitar dar un salto de alegría. Nina obtiene una ocho, también está contenta por su puntuación, pero no es tan efusiva como Finnick por lo que solo se limita a sonreír y chocar la mano con Lǜ, que se ha tatuado unas vides verdes a modo de antifaz. Al terminar el programa, envío a los chicos a sus habitaciones. Tienen que estar perfectos para los entrenamientos de mañana

Me despierto al alba y después de una rápida ducha, salgo al salón a esperar a los chicos para desayunar y así poder empezar a trabajar con ellos para las entrevistas de esta noche. Empiezo con Nina, mientras Finn está con Niwl.

- Eres una chica muy reservada, creo que deberías mostrar esa cara. Te hará parecer fuerte. - le digo. - Imponer a los adversarios antes de entrar en la arena es importante.

Asiente con la cabeza y pasamos el resto de la mañana ensayando posibles preguntas y respuestas. Miro la hora y antes de volver a mirar al frente para decirle a Nina de que ya es la hora de comer, aparece la chica avox para avisarnos de que la comida está servida. La muchacha se me acerca para tomarme del brazo y ayudarme a llegar.

- Tranquila, ella me ayudará. - le digo con una sonrisa.

Ella duda, pero al final me la devuelve. Me levanto y agarro a Nina del brazo. Llegamos al comedor entre risas y nos encontramos con Finnick y Niwl, que ya nos esperaban para comer. Mientras comemos, noto que Finn mira a Nina de forma extraña y que apenas prueba bocado. Cuando traen el postre ni siquiera lo mira, pero cuando yo pido un té, agarra un puñado de azucarillos y se los mete todos a la vez en la boca. Niwl se levanta y se lleva a Nina con ella, dejándonos a Finnick y a mí solos. En cuanto cierran la puerta, explota y dice todo lo que lleva esperando decir desde que nos vio aparecer antes.

- ¿La has elegido a ella? - pregunta con resentimiento en la voz.

- ¿Puedo saber de donde has sacado eso? - pregunto algo molesta por su tono.

- Parecéis muy unidas. - dice despechado.

Esa última frase hace que estalle en sonoras carcajadas. Finnick me mira ceñudo y eso acrecienta mis risas, provocando que se levante y se marche enfadado del comedor. Me levanto y voy tras él, aun riendo. Lo encuentro en su habitación sentado frente a la ventana, mirando sin ver la ciudad. Me acerco a él y me siento en el sillón que hay junto a la ventana.

- ¿Finn?

En lugar de mirarme, cruza fuertemente los brazos a la altura del pecho y aprieta los labios. Con bastante esfuerzo, consigo arrodillarme en el suelo, hasta lograr sentarme junto a él. Una vez sentada, miro en la misma dirección que sus ojos. Al ver que no digo nada empieza a hablar.

- Luego no podrás levantarte.

- ¿Acaso no me ayudarás? - le pregunto mirándolo.

- Avisaré a Nina. - dice.

Lo miro fijamente hasta que me devuelve la mirada.

- Finnick Odair. - digo en tono grave. - Me decepcionas.

Ahora veo culpabilidad en su mirada, lo que hace que se me ablande el corazón. Pero también empieza a molestarme su actitud.

- Hice una promesa. Juré traerte de vuelta, aunque eso fuera lo último que hiciera en esta miserable vida. - le digo. - Y créeme cuando te digo que es lo que haré.

- ¿Y Nina? - pregunta.

- Haré todo lo que esté en mi mano por ella. - le prometo. - Escucha muy bien lo que te voy a decir Finnick, en este trabajo, siempre tienes que apostar todo por uno u otro. Desgraciadamente siempre es así.

- Y tú ya has elegido… - murmura.

- Esta vez no he tenido elección. - susurro también.

- No tienes porque cumplir tu promesa. Si crees que Nina es mejor que yo, apuesta por ella. - dice con fiereza en los ojos.

- Si he vuelto al Capitolio después de tantos años es por ti. - le digo. - Si tu nombre no hubiera salido en la cosecha, jamás habría vuelto.

Se vuelve hacia mi y me mira fijamente hasta que le devuelvo la mirada. Me hace miles de preguntas sobre el Capitolio y sobre porque no he vuelto a ir después del segundo vasallaje y se lo cuento todo. Empiezo por mis juegos y acabo por Sarah y su familia. También le cuento la historia de River, lo que provoca que acabe llorando una vez más por mi amor perdido y por último, le hablo de Ona. Cuando al fin me callo, noto que me mira de otro modo. Como si en el rato que ha pasado escuchando mi historia, hubiera crecido varios años. Se acerca a mí y me abraza fuertemente. Le doy un beso en los cabellos. Y poco a poco nos volvemos a separar.

- No puedes decir nada de lo que te he contado. - le suplico. - Será nuestro secreto.

- Te lo prometo. Guardar secretos es lo mío. - dice.

- Eso es perfecto. Necesitamos gente como tú. - le digo mirándole a los ojos con media sonrisa formándose en mi rostro.

domingo, 15 de julio de 2012

CAPÍTULO 27 Mags

El presidente acaba su discurso de bienvenida con una espeluznante sonrisa que provoca que se me erice el bello de la nuca. Justo después, suena el himno que da por finalizado todo este circo y con la ayuda del avox que me acompaña a todos lados << ¡maldita sea la hora en la que decidí hacerme la vieja enferma que todos creen que soy! >>, nos dirigimos al Centro de Entrenamiento. Veo saltar a Finn de su carroza y girarse para ayudar a hacer lo mismo a Nina, pero esta, rehusa su mano y salta grácilmente junto a él. Tigris se nos adelanta y felicita a los chicos con un susurro ronroneante, al tiempo que un hombre extremadamente alto y delgado con el pelo verde peinado en puntas de diferentes longitudes, se acerca y los felicita con entusiasmo.

- ¡Mags! - grita Finnick al verme llegar, provocando que muchos ojos se vuelvan hacia nosotros. - ¿Qué tal hemos estado?

- Magníficos, no tenéis de que preocuparos. - le digo. - Está todo controlado. - digo mirando a Nina.

Ella asiente despacio y sonríe nerviosamente cuando aquel hombre de altura imposible le pasa el brazo por los hombros. Niwl nos indica que ya es la hora de ir a nuestra planta del Centro de Entrenamiento y todos nos ponemos en marcha hacia los ascensores. Subimos hasta la cuarta planta y Niwl rápidamente enseña a los chicos sus habitaciones y el resto del lugar. Yo me voy directa a mí cuarto y me siento en la enorme cama que tantas veces me ha acogido entre sus suaves sábanas y acaricio la fina superficie con los ojos cerrados rememorando viejos recuerdos que ya creía olvidados. Unos rítmicos golpeteos en la puerta me despiertan de un sueño al que no recuerdo haber llegado. Me levanto lentamente de la cama, que ahora esta toda arrugada y me dirijo a abrir la puerta. Una avox de aspecto joven me indica que la cena está servida, asiento sonriente con la cabeza y le doy las gracias antes de marcharme.

 Al doblar la esquina para entrar al comedor, veo a Tigris y al gigante verde discutiendo sobre quién debe sentarse junto a Finnick. Paso por su lado y sin pensármelo dos veces, me siento en el lugar disputado. Ambos me dedican miradas asesinas y yo les sonrío con picardía, lo que provoca que ella me suelte un bufido que hace que sus bigotes bailoteen. Hecho una rápida mirada por la mesa que, como de costumbre, está llena de deliciosos manjares. Finalmente me decanto por un plato de pasta a la puttanesca que tiene una pinta excelente. Le doy un codazo a Finn para que empiece a comer y después de una larga mirada a toda la mesa se pone a ello con ganas. Miro a Nina y la insto que haga la mismo, pero a pesar de que ella parece tener tanta hambre como él, se contiene y come con más mesura.

- Deja eso y come algo con más proteínas. - le digo a Finn. - En la arena necesitaréis estar todo lo fuertes y sanos que podáis.

- Deja que el chico coma lo que quiera Mags, aun queda mucho tiempo para que empiecen los juegos. - me suelta el tipo del pelo verde.

Me giro para encararlo y él me sonríe con suficiencia al tiempo que se lleva el tenedor a la boca, con el meñique alzado y gran delicadeza.

- Perdona, creo que no nos han presentado. ¿Tú nombre es? - le digo sin un ápice de delicadeza en la voz.

- Lǜ, mi nombre es Lǜ. Creo que ya nos conocíamos de antes, pero es normal que a tu edad no lo recuerdes. - dice uniéndose a las risas de Tigris y Niwl.

No he visto a este tío en mi vida, con esas pintas lo recordaría, estoy segura. Noto que Finnick se tensa y está a punto de saltar, pero le pongo una mano sobre el brazo y sonrío ampliamente.

- Tu trabajo, consiste en que ellos - digo señalando a los chicos. - estén presentables. El mio, en que logren salir con vida de la arena y puedan regresar a sus casas. Así que limítate a hacer tu trabajo y no me digas como hacer el mio. - cuando acabo de hablar, lo imito llevandome el tenedor a la boca, pero al contrario que él, sin tanta pomposidad.

Cuando termina la cena, nos reunimos todos frente al televisor para ver la repetición de esta noche. Pero como siempre es más de lo mismo, me marcho arrastrando a los chicos conmigo. Lǜ está a punto de replicarme, pero lo acallo con una mirada. Los acompaño a sus respectivas habitaciones y me marcho a la mía. Al entrar me acerco al gran ventanal y después de un largo y silencioso vistazo a las coloridas luces del Capitolio, oscurezco los cristales y me acerco lentamente hasta la cama.

Me levanto con las primeras luces del alba, aunque llevo más de media noche despierta. Una extraña y horrible pesadilla me atacó sin piedad, privándome de mi descanso y dejándome aterrorizada en la cama por el resto de la noche. Cuando salgo al pasillo, inmediatamente aparece la chica avox de anoche. Me ayuda a ir hasta el salón y sentarme en un cómodo sillón color coral, para acto seguido traerme un té con limón. Lo deja sobre la mesita que tengo justo delante y se aparta, aunque no se marcha muy lejos, pues cuando adelanto el cuerpo en el sillón para alcanzar la hermosa taza de porcelana con mis aun temblorosas manos, reaparece para ayudarme de nuevo. Pasado un rato, ya más calmada, me levanto para ir a despertar a los muchachos, pronto tienen su primer entrenamiento y no me gustaría que llegaran tarde.


Después de un buen desayuno y algún que otro consejo rápido, bajo con ellos en el ascensor. Me despido en mi planta y los dejo seguir solos.

Caminar por estos pasillos después de tanto tiempo me resulta de lo más extraño. Unos gritos me sobresaltan cuando estoy a medio camino de mi destino, me giro para comprobar de donde proceden y veo a Haymitch siendo arrastrado de malas formas por un agente de la paz y un chico avox muy menudo. Me acerco a ellos y les pido que me dejen a solas con él.

- ¿Está de broma señora? - me pregunta el agente con cara de bobo. - Este tío está borracho como una cuba, usted sola no podrá con él.

- No te preocupes por mí. Pero la próxima vez habla con más respeto, este hombre es un ganador de Los Juegos del Hambre y merece ser tratado como tal. - le espeto en tono cortante.

- Tiene razón, le pido disculpas. - me dice, ahora avergonzado.

Asiento con la cabeza y le digo al avox que me ayude a llevarlo a la sala de mentores. Una vez dentro, lo tumbamos como podemos en uno de los sofás que hay esparcidos por la sala. Miro a mi alrededor y todos nos miran, esto hace que me irrite y les eche una mirada capaz de matar a cualquiera que ose decir palabra. Aun mirándolos me dirijo a una de las mesas que contienen todo tipo de comida y bebidas, agarro una gran jarra de agua fría y se la arrojo por encima a Haymitch, provocando que se despierte dando grandes bocanadas en busca de aire. Me recuerda a un pez cuando está fuera del agua. Una vez que ya es consciente de lo que pasa mira a su alrededor buscando al culpable y me pongo en su campo de visión. Después de unos cuantos minutos mirándome con el ceño fruncido, cae en la cuenta de que yo soy la culpable. Frunce aun más el ceño.

- ¿Estás loca? - me grita.

- No más que tú. - le digo sentándome frente a él.

- ¿Porqué demonios has hecho tal cosa? - me pregunta con un gruñido gutural.

- Necesitas estar fresco para poder ayudar a tus tributos. - le digo.

Pasamos el resto del día discutiendo, sobre su comportamiento vergonzoso y finalmente parece que lo he convencido, que lo que le llevo diciendo todo el día hace mella en él. Pero al cabo de un rato lo veo servirse una copa y me doy por vencida. Espero que algún día tenga unos tributos lo bastante fuertes como para que se mantenga más o menos sobrio para ayudarlos. Al final del día, Enobaria se me acerca para hablar de posibles alianzas con los del dos.

- Piénsalo, necesitan unirse para quitarse del medio a los débiles. Eso hará que los juegos sean más interesantes para el público.

- Tengo que hablar con mis chicos, aun no tengo un plan definido. - le digo sin poder apartar la vista de sus dientes.

- Sabes que lo terminarás haciendo, solo es cuestión de tiempo. - me dice con una sonrisa que deja sus puntiagudos dientes al aire.

Me despido de ella y me dirijo a la puerta para ir a los ascensores. Cuando llego a mi planta me voy derecha a mi habitación y me doy un baño. Al salir, me encuentro con Finnick sentado en mi cama.

- ¿Que haces aquí? - le pregunto extrañada.

- Necesitaba hablar a solas contigo. - me dice.

- Entonces, adelante. Te escucho. - le digo sentándome a su lado.

- Los del uno y los del dos nos han propuesto unirnos a ellos. - dice en un susurro. - Yo les dije que primero quería hablar contigo, pero Nina aceptó de inmediato.

- No te preocupes, mañana en cuanto los veas, acepta el pacto. - le digo.

- ¿Estás segura? - pregunta con el ceño fruncido.

- Completamente. Eso os dará más tiempo y posibilidades. - le digo. - Y créeme, que necesitas todas esas cosas a tú favor si quieres volver.

- Supongo. - dice.

- Nada de supongo. Tienes que volver, hice una promesa que no me puedo permitir romper. - le digo en tono severo.

Asiente despacio. Puedo ver la tristeza en sus ojos y eso me parte el corazón. Me acerco más a él y lo estrecho torpemente entre mis brazos. Nos quedamos así, hasta que unos golpes en la puerta nos sobresaltan y nos obligan a apartarnos. Me levanto despacio y abro la puerta. Nina está al otro lado.

- ¿Podemos hablar? - pregunta.

- Por supuesto, pasa. - le digo abriendo más la puerta.

Entra despacio, pero bastante decidida, hasta que ve a Finnick sentado en la cama. Entonces se gira para encarame y levanta las cejas.

- Si estás ocupada, puedo volver en otro momento. -  me dice.

- Si lo que tienes que decir es algo referente a una alianza, puedes hacerlo delante de él. - le digo despreocupada.

Ella se gira y fulmina a Finnick con la mirada, antes de volverse de nuevo hacia mí.

- No te preocupes, no pasa nada. Me alegra que tomaras la iniciativa, eso dice mucho de ti. - le digo.

- Entonces, ¿hice lo correcto? - pregunta.

Asiento y veo aparecer el alivio en su rostro. Un nuevo golpeteo en la puerta nos saca de nuestra conversación. Abro y la joven avox me indica que la cena está servida. Le doy las gracias y me giro hacia los chicos, les hago un gesto y juntos salimos al pasillo. Al llegar al comedor, todos nos esperan. Nos sentamos en los sitios vacíos y empezamos a cenar con una charla insulsa que no parece interesar a nadie. Al acabar el postre me levanto despacio, pues la maldita rodilla vuelve a hacer de las suyas, me despidos de todos y acompaño a los chicos a sus habitaciones. Cuando entro a la mía, me acerco a la cama y en lo único que soy capaz de pensar es en tener una noche sin pesadillas. Me tumbo despacio, intentando no apoyar demasiado la rodilla y me acomodo. Me siento tan agotada que poco tardan mis pesados párpados en caer en la negrura.

Un leve zarandeo me obliga a abrir los ojos, la luz procedente de las ventanas me hiere y me hago sombra con la mano. Cuando consigo enfocar la mirada, veo a la chica avox. Me alzo sobre los codos mirando a mi alrededor y miro la hora. Me he dormido.

- ¿Los chicos se han marchado ya? - le pregunto.

La muchacha asiente y me ayuda a levantarme de la cama. Me doy una ducha rápida y salgo disparada hacia los ascensores. Bajo hasta la planta baja, pero en lugar de dirigirme hacia la sala de mentores, me dirijo a la calle. Antes de salir miro a mi alrededor con disimulo y me meto en las calles como una más, sin llamar la atención. Giro por una calle y me dirijo al callejón que hay detrás de una tienda de llamativas pelucas de colores. Camino en silencio hasta una pared de ladrillos, saco uno de ellos y meto la mano hasta el fondo con cuidado, noto algo al final del hueco y lo agarro. Cuando la vuelvo a sacar, abro la mano y encuentro un papel arrugado. Miro hacia ambos lados antes de abrirlo y leo lo que pone.

                   calle rosa, pastel azul, 15


[N. de Drewinthesky] Lǜ, significa "verde" en chino (escrito en fonética). Se pronuncia más o menos "LUÍ"

viernes, 6 de julio de 2012

CAPÍTULO 26 Mags

Hace quince años que no piso el Capitolio. Desde el segundo vasallaje, cuando perdí a cuatro niños inocentes. Muchos son los que me dicen que tengo que volver a hacer de mentora, que soy la mejor. Yo no creo que eso sea cierto, todos los que han ido en mi lugar en los últimos años lo han hecho muy bien, aunque nadie a traído de vuelta a tantos tributos como yo. Pero ya soy muy mayor y no me veo con fuerzas.

Aunque no haya ido a los juegos, he estado trabajando desde aquí, enseñando a los niños técnicas de supervivencia tales como crear anzuelos o redes capaces de atrapar a un contrincante. Me siento en la playa cada día y observo a mis nietos crecer, hasta que el griterío de niños en la orilla me obliga a levantarme, con esfuerzo e ir en su encuentro.

 - ¡Buenos días a todos! - los saludo al llegar junto a ellos. - ¡Se os oye desde mi casa! - todos ríen, y yo con ellos.

- ¡Llegas tarde Mags! - dice Dawn, sentándose a mi lado.

- Lo sé pequeña, pero ya no estoy tan ágil ni soy tan rápida. - mi declaración provoca más risas. - ¿Alguien me pasa un poco de cuerda? Os voy a enseñar a hacer un nudo del que nadie, sin un arma cortante podrá escapar.

Estas últimas palabras callan toda conversación o risa. Ahora todos me prestan la mayor de las atenciones. Estoy ayudando a Awel con su nudo, cuando noto que alguien se acerca al grupo de puntillas.

- ¡Finnick Odair, llegas tarde!. - digo sin levantar la vista de la cuerda que tengo en las manos.

Escucho las risas de los otros y la suya propia mientras se acerca a mí. Me rodea con los brazos y me da un beso en la mejilla.

- Lo siento Mags, estaba practicando con el tridente y se me fue el tiempo. - se disculpa con esa voz dulce y zalamera que sabe que desarma a cualquiera.

- Dile a tu padre que los nudos también son importantes. - le digo pasándole una cuerda. - ¿Acaso ya a olvidado quien le enseñó a atar cabos? Aun recuerdo la primera vez que el mar se llevó su barquita porque no supo amarrarla correctamente. - todos ríen y veo aparecer a River, el hijo mayor de Ona.

 - ¿Puedo unirme al grupo? - pregunta algo tímido.

Tras unos segundos mirándolo, le ofrezco una cuerda y lo invito a sentarse a mi lado. Estoy algo nerviosa, es la primera vez que voy a hablar con uno de mis nietos. Se parece mucho al hombre del cual heredó el nombre, excepto los ojos, tiene los ojos de su madre, que son exactamente igual a los míos.

- Creo que no nos conocemos, me llamo Mags. - me presento a la vez que le ofrezco la mano.

- River Frey. - se presenta mientras me estrecha la mano.

- Justo ahora les estaba enseñando a hacer un nudo corredero, ideal para atrapar presas. - mientras los otros van practicando sus nudos, yo le explico paso a paso a River algunos nudos importantes que ya hemos hecho.

A lo lejos se oyen las voces de algunas madres llamando a sus hijos, miro al cielo y me doy cuenta de que se nos a pasado la mañana volando. Algunos se levantan y me enseñan sus nudos antes de irse a casa. Yo me levanto y me acerco a la orilla para mojarme un poco la cara. Cuando me giro para marcharme, Finnick está tumbado en la arena trabajando en sus nudos y River sigue sentado donde lo dejé. Me acerco a él y me siento a su lado, está intentando hacer un nudo tejedor, pero anticipa una vuelta de cuerda y cuando la estira se deshace todo.

 - Primero has de pasar la cuerda por debajo y después volverla a pasar por arriba, luego le das la vuelta y ya lo tienes. - le explico.

Sigue mis instrucciones y finalmente lo consigue. Me mira sonriendo y me lo enseña, asiento sonriendo también y entonces, aparece ella acompañada de una niñita preciosa de bucles cobrizos iguales a los de ella.

- ¡Ri! - lo llama.

Él se gira y la llama con la mano para que se acerque. Ella pone los ojos en blanco, pero finalmente echa a andar hacia nosotros.

- Hola. - me saluda de pasada y yo asiento con la cabeza en un saludo silencioso. Se agacha junto a su hijo y este le enseña el nudo. - ¿Desde cuando te interesan los nudos?

- No lo sé, pero me pareció buena idea aprender algunos, por si acaso... - dice susurrando las últimas palabras.

- ¡Tú no vas a ir a los juegos, no necesitas saber esto! - le espeta ella con claro disgusto en la voz.

- Mi abuela siempre decía que el saber no ocupa lugar. - le digo.

- Y eso lo dices tú, que estás aquí sentada enseñando a todos esos niños a hacer nudos para atrapar a otros niños y así poder matarlos. - me dice empezando a alzar la voz.

- Mamá, te estás pasando. No tienes ni idea de lo que estás diciendo. - le espeta River a su madre.

- No creo que ese sea modo de hablar a tu madre jovencito. - le reprocho a River. - Y con respecto a lo que me echas en cara. - empiezo a decirle a ella. - Yo no estoy aquí para enseñar a niños a matar a otros niños, les enseño a sobrevivir. Todo lo que yo les enseño les sirve para la vida aquí, en el mar. - le digo mientras se lo señalo. - Son cosas que todo habitante del distrito cuatro necesita saber si quiere labrarse un futuro.

Dicho esto me levanto y me giro hacia Finnick, que no a levantado la vista de su cuerda ni un segundo.

- ¡Finn! - lo llamo. - Acompañame a casa, tengo algo para Lux.

Lux es íntima amiga mía y abuela de Finnick. Él y su padre, Jonah, viven con ella desde que su madre murió cuando él tenía siete años. A pesar de que Jonah trabaja y Finn lo ayuda de vez en cuando, no siempre tienen suficiente dinero para comer. Por eso yo me encargo de que no les falte de nada, igual que hago con mi hija y su familia, aunque al contrario que Lux, ella no lo sabe.

Por el camino que lleva hasta mi casa, Finnick me avasalla a preguntas sobre distintos tipos de nudos o sobre como hacer un anzuelo con la espina de un pescado y el tallo de una flor. Finalmente llegamos y lo invito a pasar, lo conduzco hacia la cocina y le ofrezco un gran pedazo de bizcocho de limón y un vaso de té helado. Mientras él come, seguimos hablando del tema y yo le voy preparando todo lo que se tiene que llevar a casa: comida, algunas medicinas, algo de ropa y un poco de dinero. Pasado un rato, nos despedimos y ya cargado de provisiones se marcha. Yo me siento en mi mullido sillón y me pongo a bordar el regalo de cumpleaños de Sirin, la hija pequeña de Ona.

Llaman a la puerta y aunque mi primer pensamiento fue no abrir, finalmente lo hago y me arrepiento casi al instante.

- ¿Cuantas veces he de decirte que no vengas a mi casa? - le espeto a la vez que la tomo del brazo y la meto corriendo en casa, asegurándome de que nadie la ha visto antes de cerrar la puerta.

- A pasado mucho tiempo Mags... - dice Rose en tono cansado.

- Eso no importa, mientras ella siga viva nadie debe saberlo. - susurro. - Dime que necesitas y te lo daré, pero debes marcharte cuanto antes.

- No necesitamos nada gracias a ti. - dice.

- Entonces, ¿a qué has venido? - le pregunto, ahora preocupada.

- Ona me ha contado vuestra discusión de esta mañana. - me explica. - Está muy disgustada por la forma en que te habló y me ha pedido que viniera a disculparme.

- ¿Porqué no ha venido ella? - le pregunto, aunque realmente no quiero saber la respuesta.

- Porque está avergonzada. - me dice. - Y más después de que yo la reprimiera por su conducta.

- ¿Porqué has hecho tal cosa? - le digo, ahora claramente enfadada.

- Pues porque soy su madre, ¿no? - esa simple frase me parte el alma, porque aunque me duela, es la verdad. Ella es su madre, no yo. Es su deber reñirle aunque ya sea una mujer adulta, yo quise que así fuera el día que se la entregué.

- Tienes razón, tú eres su madre. - le digo con pesar. - Dile que está todo olvidado, que no la culpo por lo que dijo.

Rose asiente y la acompaño a la puerta, antes de cerrar recuerdo el regalo y le grito que espere, me meto en la casa y cojo el vestido blanco bordado en plata que cuelga del brazo del sillón, vuelvo hacia la puerta y bajo los escalones del porche para encontrarme con ella.

- Toma, es mi regalo para Sirin. - le digo entregándoselo. - Espero haber acertado con las midas. - le digo con una triste sonrisa en el rostro.

Ella vuelve a asentir y se marcha por el camino de tierra, yo me quedo dónde estoy hasta que la veo desaparecer colina abajo.

Una semana después, de camino a la plaza para la cosecha, veo a Ona junto a su marido y Sirin, que lleva el vestido que le hice. Supongo que River ya ha ido a ponerse junto a los demás chicos de su edad. Subo al escenario con la ayuda de Tyr y me siento en  mi sitio antes de que el alcalde Sattherwaite empiece con su aburrido discurso de siempre, al finalizar, le llega el turno a Niwl, que después de saludar pomposamente se dirige a la urna de la chicas, coge una papeleta y vuelve al centro del escenario. Carraspea tímidamente y lee en voz alta y clara:

- Nina MadHatter.

Vemos aparecer a una chica de unos dieciséis años alta y delgada, con el pelo castaño recogido en una coleta. Parece segura de si misma y eso me gusta.

Niwl la recibe sobre el escenario con un fuerte apretón de manos y acto seguido, se lanza a por el nombre del chico. Tarda unos segundos en coger la papeleta porque la saca del fondo, vuelve al centro y lee:

- Finnick Odair.

Mi corazón se detiene con una sacudida dolorosa cuando veo aparecer al chico en el escenario. Parece fuerte y seguro de sí mismo, pero yo lo conozco desde que nació, y se que detrás de esa gran sonrisa, está aterrorizado. Miro hacia el público y encuentro a Lux llorando desconsoladamente sobre el hombro de Jonah. Sigo mirando en busca de River, que está a salvo, junto a sus padres y es entonces cuando me decido.

Hacía mucho tiempo que no entraba en el Edificio de Justicia, pero no parece haber cambiado nada. Subo en el ascensor hasta la primera planta. Me topo con un  agente de la paz cuando se abren las puertas y sin hacer caso de lo que me grita, aprieto el paso y me dirijo a la sala de espera de los familiares de los tributos. Justo cuando llego, se abre la puerta y aparece una sollozante Lux agarrada del brazo de Jonah, que no llora pero tiene los ojos muy rojos.

- ¡Lux! - grito, acercándome para estrecharla entre mis brazos. - No temas, iré con él y lo traeré de vuelta, te lo prometo.

Un par de agentes aparecen para llevárselos y es entonces cuando me escabullo dentro de la sala donde está Finnick.

- ¡Mags! - exclama al verme aparecer por la puerta.

- No te preocupes, volverás a casa aunque sea lo último que haga. - le digo mientras le acaricio el cabello del color del bronce. - Te espero en el tren, no digas ni hagas nada hasta que nos veamos.

Vuelvo al ascensor para bajar y el mismo agente que antes me gritaba, vuelve para seguir con su perorata de antes. Yo simplemente lo miro sonriente, como si no entendiera ni una palabra de lo que me dice. Llevo años haciéndome pasar por senil. He fingido tener varios ataques propios de mi edad, pero aparte de una rodilla un poco cascada, estoy fuerte como un tifón. Al llegar abajo, me voy directa al tren y a pesar de las súplicas de Tyr y Balder de que es mejor que me quede en el distrito, me subo al vagón. Poco después, aparece Niwl con Finnick y Nina, que a pesar de la serenidad de su rostro, el enrojecimiento ocular la delata.

Le hago a Niwl un gesto con la mano, pidiéndole un poco de intimidad y ella enseguida desaparece tras una puerta dejándonos solos. Los invito a tomar asiento y yo hago lo propio frente a ellos. Al doblar la rodilla, emito un leve quejido de dolor y Finnick, siempre atento, se levanta de su asiento para ayudarme.

- Gracias. - le digo acariciándole la cara con suavidad.

El sonríe y se vuelve a sentar junto a Nina.

- No tenemos mucho tiempo, pronto llegaremos al Capitolio y una vez allí pasareis a manos de los estilistas y sus equipos de preparación. - les informo. - No volveremos a vernos hasta después de la ceremonia inaugural. Portaos bien y sed educados con todos ya que la primera impresión que causéis será la más importante durante vuestra estancia aquí, eso os ayudará a conseguir patrocinadores.

- ¿Crees que podrás conseguir buenos patrocinadores? - me pregunta Nina.

- ¡Por supuesto que lo hará! - exclama Finnick algo molesto. - Era la mejor mentora de todo Panem.

- Y yo no lo pongo en duda. - se defiende Nina. - Pero has de reconocer que es muy mayor y está enferma, todo el distrito cuatro lo sabe.

- ¿Porque habláis como si yo no estuviera aquí? - les pregunto, ambos bajan la mirada avergonzados. - Soy mayor, pero todavía rijo, créeme. Todo lo que oigas en el distrito sobre mí, son solo cuentos de vieja chismosa.

- Si, de una vieja chismosa llamada "Mags" - dice entre risas Finnick a la vez que hace unas comillas con los dedos al pronunciar mi nombre.

- Si, bueno, admito que yo inventé algunas de esas cosas. Pero no es mi culpa que la gente las creyera, ¿no? - les pregunto. - Al fin y al cabo, estaba siempre en la playa enseñando a todo el que quisiera, podrían haber preguntado.

- Supongo que si. - dice Nina.

- Bueno, ahora dejémonos de tonterías y vayamos al grano. - les digo en tono mas serio. - Vuestras habilidades. Necesito saberlas para empezar a trabajar. - ambos me prestan toda su atención. - Finnick, ya se cuales son tus puntos fuertes, pero quizás te guardes un as en la manga, ¡sorprendeme!.

- En realidad ya conoces mas o menos todo lo se hacer... Aunque últimamente he estado practicando mucho con el tridente de mi padre, que es mas grande y pesado. - explica.

- Jonah es un gran maestro y si tu eres la mitad de bueno que el, no tendrás muchos problemas. - le digo. - ¿Nina?

- Bueno, yo no sé manejar un tridente. - dice mirando a su compañero de reojo. - Pero se nadar bastante bien y soy ágil y rápida.

- Bastará si eres inteligente. - le digo.

Sigo dándoles instrucciones para causar una buena impresión en su llegada al Capitolio, mientras tomamos un tentempié, cuando aparece Niwl para avisarnos de que en breve llegaremos a la siempre atestada estación.

- Perfecto, gracias Niwl. - le digo, antes de girarme para encararlos de nuevo. - Recordad todo lo que hemos estado hablando y todo saldrá a pedir de boca.

Quince minutos después, el tren entra en la abarrotada estación. Parece que todo el Capitolio esta aquí metido, no cabría ni un alfiler. Al bajarnos, todos gritan el nombre de Finnick. Mujeres y hombres, niños y niñas, todos. Hasta que salgo de entre las sombras creadas por el vagón y un susurro de exclamación y sorpresa recorre toda la estación. << ¡Es Mags! >> murmullan algunos, << No puede ser... >> musitan otros, << Parece muy mayor >> susurran. ¡Que esperaban!, que fuera siempre joven y guapa.

Unos avox vienen a recoger a los tributos para llevarlos con sus correspondientes equipos de preparación y a mí, como si me hiciera falta, uno me agarra del brazo y me guía hasta la sala de mentores, dónde me ayuda a sentarme en un cómodo sillón de terciopelo color borgoña y me ofrece una vaso de zumo de naranja. Supongo que cree que necesito tomar más vitaminas. Me bebo el zumo por no hacer el feo, mientras espero a que lleguen los demás mentores. Justo cuando voy a dar el último trago, aparece el mentor que faltaba, borracho como una cuba. Se sienta a mi lado y el pestazo a alcohol de su aliento me da arcadas, pero me contengo. Es el ganador del segundo vasallage de los veinticinco. No tengo el placer de conocerlo, tuve que marcharme del Capitolio en el mismo instante en que murió mi último tributo. De todos los que han estado o estamos aquí, sin duda alguna, él es el mejor, el que tienen más mérito. Tuvo que superar el doble de adversidades y oponentes, cuarenta y siete niños tuvieron que morir para que él pudiera volver a casa.

- Tú debes de ser Haymitch, ¿no es cierto? - le digo en una voz que es apenas un susurro.

Se gira hacia mí y me mira con el ceño fruncido, se aparta el pelo de la cara, tose sin taparse la boca y me dice:

- Si señora, soy yo. - dicho esto se recuesta hacia atrás en su asiento y empieza a roncar sonoramente.

Pasado un rato que se me hace interminable, nos indican que debemos ir a las cuadras. Finjo que me cuesta levantarme y sorprendentemente Haymitch es el único que se ofrece para ayudarme Me lleva del brazo hasta el pasillo, dónde un avox que me resulta vagamente familiar me ofrece su brazo. Durante el camino hasta los ascensores, no puedo evitar mirarlo de reojo de vez en cuando, intentando recordar de que lo conozco, pero no caigo. Me meto en el primer ascensor que encuentro abierto junto con tres mentores más a los que no presto ni la más mínima atención. Cuando se abren las puertas, Niwl me está esperando.

- ¡Estoy deseando ver la cara que pones cuando veas a los chicos! - exclama.

Me lleva hasta un carro tirado por unos impresionantes caballos tan blancos como la nieve. Justo al lado veo a los chicos, Finnick lleva una toga blanca que le deja el maquillado torso al descubierto. Le han dibujado pequeñas escamas en tonos azules y verdes brillantes por aquí y por allá. En su mano derecha lleva un tridente pequeño y plateado, a juego con el que Nina lleva puesto en el pelo, para sujetarle la melena. Su vestido, deja también mucha piel al descubierto, pero tapa todo lo que tiene que tapar.

Siento a Niwl llamarme y me giro para encontrarme con ella. Está con una mujer muy extraña. Tiene la piel estirada, decorada con unos tatuajes formando rayas negras y doradas y la nariz aplastada con largos bigotes. Me acerco a ellas y Niwl me la presenta.

- Te presento a Tigris, la estilista de Finnick.

Le doy la mano y la estrecha entre las suyas, de uñas largas y afiladas.

sábado, 30 de junio de 2012

CAPÍTULO 25 Mags

Han pasado veinticinco años, veinticinco años sin River, veinticinco años viendo crecer a mi hija desde la soledad de mi escondite, viéndola crecer con una madre que no soy yo, sufriendo por ella en sus años de cosecha y ahora, veinticinco años después viendo como se convierte en madre sin mí.

Sentada en una roca, sintiendo la brisa en la cara, observo de lejos a Ona, que acuna a su bebé para que se duerma arrullado por las olas del mar, exactamente igual que hacía yo cuando ella era una bebé. Sigo observándola en silencio a lo lejos, hasta que alza el rostro y nuestras miradas se encuentran. Nos miramos solo unos segundos, pero a mí se me hacen eternos. Alguien la llama, porque aparta la mirada y se vuelve. Asiente con la cabeza y después de un rápido vistazo en mi dirección, se marcha. Me quedo sentada dónde estoy hasta que la pierdo de vista por el camino que lleva al centro del distrito. Cuento hasta veinte y después de tragar un buen trago de aire, me levanto y me encamino hacia mi casa en la Aldea de los Vencedores. Al llegar a casa, miro el reloj que pende de la pared de la entrada. <<Son casi las doce - me digo - El show va a empezar>>. Me dirijo al salón y me siento en el mullido sillón color arena que hay junto a la ventana. La rodilla derecha me cruje al sentarme. <<La edad no perdona>> pienso mientras me la froto.

A las doce en punto, Caesar Flickerman, el hijo de Eustace, hace su aparición en el escenario, es incluso más pomposo que su padre. Bromea y ríe con el público, después de unas cuantas palabras más, grita a pleno pulmón:

- ¡Ya ha llegado el momento del Vasallage de los Veinticinco!

El presidente Snow aparece en escena después de ser anunciado por Caesar. Camina hasta el centro del escenario, seguido de un niño vestido de blanco que porta en sus delgados brazos una sencilla caja de madera, seguro que de caoba, ya que en el Capitolio "todo" es de caoba. Ya en el centro, empieza con su discurso, nada nuevo, siempre lo mismo, habla sobre los vasallajes y nos explica lo que sucedió en el primero, el que ganó Sarah. Acaba y suena el himno. Todo el mundo guarda silencio. Al terminar la música, Snow se gira hacia el chico y me sorprende cuando le dedica una sonrisa y le revuelve los cabellos. Abre la caja y saca el sobre amarillento con el numero cincuenta grabado, levanta la solapa, saca la tarjeta y lee:

- En el cincuenta aniversario, como recordatorio de que murieron dos rebeldes por cada ciudadano del Capitolio, todos los distritos enviarán el doble de tributos de lo acostumbrado.

Una mueca de horror aparece en mi rostro, cuatro niños por cada distrito. Cuarenta y ocho participantes, un solo ganador. Este año, el cincuenta será memorable. El doble de muertes, el doble de diversión, al menos para algunos.  Apago el televisor, no quiero ver más a ese desalmado, esta disfrutando con todo esto. Decían que Rain era malo, pero Snow es absolutamente perverso.

Llaman a la puerta y cuando me levanto para abrir, la maldita rodilla me vuelve a crujir. Voy todo el camino hasta llegar a la puerta mascullando. Abro la puerta y me topo de cara con Tyr, uno de mis chicos. Hace cinco años logré traerlo de vuelta, fue un milagro, porque nadie apostaba por él. El pobre nació con un solo brazo, pero aún así luchó y venció. Ahora es bastante famoso en el Capitolio, las mujeres se lo rifan.

- Pasa, no te quedes ahí parado como un pasmarote. - le digo.

- ¿Qué vas a hacer? - pregunta, entrando en la casa. - Cuatro tributos son demasiados.

- Nada. - le digo mientras le ofrezco un asiento.

Se queda parado dónde está, a medio camino del sillón, yo me siento y esta vez no puedo evitar un mueca al doblar la pierna.

- ¿Nada? - frunce el ceño. - Mags, no te entiendo. ¿Qué quieres decir?

- Que no voy a hacer nada, no pienso ser participe en estos juegos. - le digo mirando fijamente a su cara de perplejidad.

- Pero no puedes hacer eso... ¡No puedes abandonarnos! -  me dice alzando la voz.

- Estoy convencida de que tú lo harás igual de bien que yo. - le digo con dulzura, pero él niega con la cabeza.

- Yo no estoy tan seguro. - dice alejándose por el pasillo hacia la puerta. La abre si se marcha dando un portazo.

Su reacción me hace sonreír. Me recuerda un poco a mí, con ese temperamento. No pienso ir a estos juegos, lo tengo decidido desde que acabaron los últimos. Estoy cansada de todo esto y lo único que me apetece hacer ahora es quedarme en casa.

                                                          ***

Hoy es el día de la cosecha. Hace meses que no veo a Tyr, desde nuestra conversación el día de la lectura de la tarjeta que no lo veo. Es posible que me esté evitando, quiero pensar que no me importa, pero no es así. Me levanto con parsimonia de la cama y me meto en el baño. Después de una ducha, me visto con lo primero que encuentro y sin pararme a desayunar, salgo de casa. Me dirijo a la playa, por el camino que hay cerca de mi casa. La más alejada de la aldea. Serpenteo por la estrecha senda hasta llegar a mi roca. Me siento y aspiro el aire puro. Cierro los ojos y miro al cielo, mis párpados se tornan naranjas. Casi puedo notar los brazos de River rodeando mi cintura. Ese pensamiento me hace abrir los ojos de golpe, aún después de tantos años, pensar en él me duele en los más profundo de mi ser. Me levanto de mi asiento y me acerco a la orilla. El agua helada moja mi piel provocando que un escalofrío recorra mi cuerpo, mis pies se hunden en la arena y esa sensación me encanta porque me recuerda de dónde provengo. Unas risas lejanas hacen que me gire. Allí está ella, como cada día desde hace doce años. Saco los pies de la arena con bastante esfuerzo, el agua los ha hundido a conciencia. <<No quiere que me vaya>>. - pienso para mis adentros. Vuelvo a sentarme en la roca y la contemplo hasta que se marcha.

- ¡Mags! - grita alguien a mi espalda.

Me giro y me encuentro con Alia, la nieta de mi antiguo mentor Seah, que viene corriendo por el camino que lleva hasta mi casa. Me levanto y camino lentamente hacia ella. Cuando llega a mi altura, respira con dificultad. Espero a que se reponga y la guío hacia mi casa, dónde le ofrezco un gran vaso de agua que bebe sin pararse a respirar. Deja el vaso con fuerza sobre la mesa y me mira sonriendo.

- ¿Vas a contarme a que ha venido todo esto? - pregunto sonriendo también.

- Me envía mi abuelo. - responde.

- Seguro, pero ¿para qué? - pregunto entrecerrando los ojos con sospecha.

- Hoy es la cosecha. - dice.

- Lo sé.

- Tienes que ir.  - me dice seriamente.

Miro la hora, está a punto de comenzar la cosecha y no podemos faltar.

- Vamos. - le digo haciendo un gesto con la mano.

Juntas nos encaminamos a la plaza. Al llegar todo el mundo me mira y me hace pasillo para dejarme llegar hasta el escenario. Estoy segura de que ha corrido la voz de que este año no voy a ir a los juegos, porque los oigo cuchichear sobre ello. Cuando llego arriba, saludo a los otros ganadores, al alcalde Sattherwaite y a Niwl, la nueva acompañante del Capitolio asignada al distrito cuatro. Es alta y esbelta, siempre viste de azul, combinando diferentes tonos. Su pelo es blanco con reflejos azules, parece una princesa de hielo. Pero a pesar de su frío aspecto es una chica muy cálida y agradable, me cae realmente bien para ser del Capitolio. El alcalde da su discurso y recuerda a los habitantes las reglas del segundo Vasallaje de los Veinticinco. Una vez concluido el discurso, Niwl ocupa su puesto en el centro del escenario. Pronuncia unas pocas palabras y se dirige a la urna de las chicas. Coge dos papeletas y vuelve al centro, carraspea y lee en voz alta y clara:

- Juniper Pearl.

Joon, la hija pequeña del boticario. La chica, de apenas doce años sube al escenario entre lágrimas. Se me parte el alma al pensar que esa diminuta niñita tendrá que enfrentarse a cuarenta y siete oponentes. Niwl desdobla el segundo papel y lee:

- Raven Darkholme.

Veo aparecer por el escenario a una chica preciosa de pelo rojo como el fuego y ojos dorados. Es mayor que Joon, yo diría que tiene unos dieciséis o diecisiete años, es alta y esbelta, pero fuerte y atlética, creo que  tiene posibilidades. Ahora es el turno de los chicos y Niwl se acerca a la urna y coge dos papeletas más.

- Leo Lighthouse.

Lighthouse, conocí a un hombre que se llamaba así. Trabajaba con mi padre, seguramente fuera su abuelo. Sube con paso decidido, es rubio y tiene los ojos azul clarito, tanto, que de lejos solo se le ve la pupila. El último tributo está a punto de ser escogido y el público guarda silencio.

- Benjamin Barker.

Un chico alto y desgarbado, con la melena negra y rizada despeinada se abre paso entre el gentío. Al llegar al lado de sus compañeros lo veo apretar fuertemente los puños. Niwl termina con unas pocas palabras más y los tributos quedan en custodia. Me levanto para marcharme a mi casa, pero las caras de los otros ganadores me frenan en seco. Seah se me acerca, pero lo paro en seco con un movimiento de la mano. Bajo del escenario y me encamino hacia mi casa. La gente murmura a mi alrededor, pero no hago caso. Veo a Ona junto a Rose, esta última lleva en brazos al bebé, no puedo evitar que la envidia me azote con toda su fuerza. Acelero el paso y salgo de la plaza, pero cuando estoy a punto de llegar a la aldea, algo me hace volverme y a pesar de mi rodilla, echo a correr como alma que lleva el diablo. Llego justo a tiempo para subir al tren, Tyr sonríe al verme aparecer y Balder, que era el otro mentor elegido para ir a estos juegos, se baja del tren.

- Sabía que no nos ibas a dejar en la estacada. - dice dándome un abrazo.

- Jamás me lo habría perdonado. - digo, viendo pasar el distrito tras la ventana del tren.

Este año, a pesar de que llevamos al doble de tributos de lo acostumbrado, todo es igual. Al llegar al Capitolio los tributos pasan a las manos de los equipos de preparación y nosotros nos reunimos con los demás mentores. Los conozco a todos, aunque rara vez cruzo más de dos palabras con ninguno. La única con la que mantengo una relación más estrecha, aparte de mis compañeros de distrito, es Lilac, que sigue siendo la única vencedora del doce. Después del desfile de inauguración, vamos directamente a nuestra planta y tomamos la cena comentando todo lo ocurrido hasta el momento.

La semana de los entrenamientos se me pasa volando, tanto que cuando me dicen que es la hora de preparar a los tributos para las entrevistas previas a la arena, me quedo patidifusa. Joon, no es muy buena en la pelea y desgraciadamente es demasiado joven como para saber hacer algo que pueda provocar la muerte de nadie, así que su táctica será la de ir de niña indefensa que necesita que la cuiden a toda costa. Raven es harina de otro costal, es fuerte, atlética y muy guapa, así que no tendrá dificultad a la hora de encontrar patrocinadores. Cuando les llega el turno a los chicos, ellos mismos lo tienen bastante claro. Leo, es la simpatía personalizada, su papel irá por ahí, intentará ganarse al público de ese modo. Benjamin es un chico muy reservado. Su pelo alborotado le da un aire misterioso que gustará a la gente del Capitolio. Pese a mis dudas iniciales, este año los tributos han sido bastante fáciles de guiar. Así que no es de extrañar, que en las entrevistas destaquen sobre los otros, a excepción del chico del doce, Haymitch Abernathy. El chico realmente llama mi atención, es mordaz, arrogante e indiferente, pero por encima de todo eso es un ganador. Si mis chicos no tienen ninguna posibilidad de ganar, espero que lo haga él.

La mañana de los juegos, me despierto bastante alterada, un mal presentimiento me atormenta. Me despido de ellos al modo acostumbrado, juntando nuestras cabezas y dándoles un último consejo. Sé que lo harán bien, al menos eso espero.

Un murmullo de admiración recorre el lugar al contemplar la arena, es la más impresionante que he visto en los cincuenta años de los juegos. La Cornucopia se encuentra en medio de un prado sembrado de hermosas flores, el cielo azul, tiene esponjosas nubes blancas flotando por él, a la derecha se extiende un bosque magnífico y a la izquierda una gran montaña nevada ocupa el lugar.

El baño de sangre se cobra dieciocho víctimas, ninguna del distrito cuatro, lo que es un alivio. En los días siguientes, nos damos cuenta de que no solo es la arena más impresionante de todas, también la más mortífera. Los tributos van cayendo, la mayoría víctimas de la arena, ya que casi todo es venenoso (los frutos que penden de arboles y arbustos, el agua de los arroyos e incluso el aroma de las flores). Los profesionales no tienen demasiados problemas, ya que están bien surtidos gracias a la Cornucopia, pero no puedo decir lo mismo de la mayoría de ellos. Solo los del doce parecen arreglárselas de maravilla, a pesar de algunos incidentes.

A los cuatro días, la majestuosa montaña se transforma en un volcán hambriento de sangre, que se traga a doce tributos, entre ellos Leo y la pequeña Joon. El mismo día en que los dos tributos aliados del doce deciden separarse, la chica, creo recordar que se llama Maysilee muere al ser atacada por una bandada de pájaros rosa chillón. Ese mismo día un poco más tarde Raven muere tras luchar con Jack Ripper, el único tributo del dos que queda con vida, aunque no tarda mucho en morir tras la picadura de una mariposa. Solo quedan tres tributos, Benjamin, Haymitch y la chica del distrito uno. Unas dos horas después los gritos de Ben atraen las miradas de todos los presentes, esta siendo atacado por una manada de ardillas, el cañonazo no tarda en sonar. Con ese cañonazo, mi estancia en el Capitolio se termina. Me giro y busco a Lilac con la mirada. Está rodeada de gente, que ahora, al final de los juegos quieren ayudarla a patrocinar a su tributo. Me quiero acercar a ella, pero Niwl viene en mi busca, debemos marcharnos ya.

Al día siguiente, cuando abro la puerta de mi casa, la desolación se apodera de mí.

sábado, 23 de junio de 2012

CAPÍTULO 24 Mags

- ¡AUGUSTUS MERRYWEATHER A MUERTO! - grita Solem entrando en el vagón comedor.

Sarah y yo nos miramos de soslayo, mientras Solem nos explica lo sucedido.

- Parece ser que anoche, durante la cena en la mansión del presidente, ¡LO ENVENENARON!

 - Es una pena. - digo sin más, mirando a Sarah, que ahora mira su plato totalmente concentrada, intentando pinchar un guisante algo rebelde. - ¿Cómo te has enterado? - pregunto, notando la mirada de Sarah ahora concentrada en mí.

- ¡Todo el Capitolio lo sabe! - exclama llevándose las manos al pecho muy alterado. - Todo el mundo está muy asustado, temen por sus vidas. ¡Ese loco desalmado podría matar a cualquiera!

- Puede que solo sea un hecho aislado... - empiezo a decir.

- ¿Pero quién podría querer acabar con la vida de Augustus? - pregunta al borde de las lágrimas. - Era un hombre maravilloso...

Le doy unas palmaditas en la espalda, no para consolarlo, si no para que se calle de una maldita vez. No me arrepiento ni por un instante de lo que hice anoche, lo volvería a hacer una y mil veces. De mil maneras diferentes, todas ellas dolorosas, que le produzcan un dolor tan terrible como el que me produjo a mí al arrebatarme al amor de mi vida, de mi existencia.

- Gracias Mags, te agradezco el consuelo, pero si me disculpáis, me retiro a mi compartimento. - dice levantándose pesaroso de su asiento.

- Claro, descansa. Ha sido un día muy largo, lleno de emociones...  - le digo sin pizca de emoción en la voz.

Cuando se cierra la puerta del vagón, me giro hacia Sarah que me mira pidiéndome las explicaciones que tanto tiempo lleva esperando a que le de.

- ¿Qué quieres saber? -  le pregunto sin más rodeos.

- Todo, desde el principio. - responde también sin rodeos.

- Hice algo.... que provocó... que... que mataran a... River... - me cuesta pronunciar su nombre, duele demasiado. Al ver que Sarah no responde, levanto el rostro hacia ella y su miranda es de absoluto espanto.

- ¿Qué hiciste para que algo tan terrible sucediera, fue por nosotros? - pregunta con voz estrangulada.

- No, no... - no sé que hago contándole esto, es tan solo una niña y está sufriendo por mi culpa. - Fue por mí. Desde que gané los juegos, Augustus se encaprichó de mí de forma enfermiza. Me acosaba de forma verbal... y a veces incluso física. Aquel día no pude más y me enfrenté a él. - le digo sin apartar la mirada de su cara de espanto. - Después de hablar con el médico que te atendió tras ganar los juegos, una avox me condujo hasta una sala totalmente a oscuras y me encerró allí. Justo en la habitación contigua, entraron dos agentes de la paz arrastrando a River... - el nudo que me oprime el corazón aumenta. - Poco después apareció Augustus y le disparó en la cabeza después de pronunciar unas pocas palabras que jamás olvidaré. - una punzada de dolor me atraviesa y me deja sin aire al recordar esas últimas palabras, mientras los ojos abiertos por el pánico de River, me miraban por última vez.

- Ahora entiendo tu comportamiento... y el de mi madre... - murmura.

- ¿Qué tiene que ver Dora en todo esto? - pregunto extrañada.

- Estoy segura de que ella sabía lo te pasaba, no es muy habladora,pero tiene un instinto para estas cosas, y más desde que murió Nereo. - dice muy convencida.

- Vino a verme el día que empezaba la gira... Me trajo té. - digo rememorando ese día.

- Lo sé, quise acompañarla, pero no me lo permitió. Dijo que aun no estabas preparada para verme... En ese momento no lo entendí, pero ahora... - dice, alargando la mano sobre la mesa para tomar la mía.

- Por eso lo hice, por eso eché la pastilla en la copa de ese mal nacido. Espero que puedas mantener el secreto, porque lo que hice, a pesar de que no me arrepiento, es algo muy grave. - le digo mirándola de forma algo severa.

- No vi nada, así que no hay nada que contar. - dice.

- Mejor. - le digo. - No querría que te vieras envuelta en nada de esto, y menos por mi culpa.

Pasamos el resto de la velada en silencio, aunque de vez en cuando alabamos la comida. Después de comer, nos sentamos en sendos sillones, y aunque realmente no conversamos, la compañía mutua nos satisface. Solem aparece en algún momento de la tarde, para avisarnos de que pronto llegaremos al distrito cuatro, dónde finalizará la Gira de la Victoria y podremos seguir con nuestras vidas.

Mi nueva y solitaria vida. Una vida a la que jamás podré acostumbrarme, sin River ni Ona, que lo son todo para mí... o lo eran. La venganza fue realmente dulce, pero ahora ya no me queda nada. Daría lo que fuera por revivir ese momento una y otra vez, en un bucle incesante de venganza y destrucción. Por él, por River, por esos profundos ojos zafiros en los que jamás me podré volver a perder, por ellos reviviría ese momento hasta la saciedad.

                                                            ***

Unos golpes en la puerta me sobresaltan, dejo lo que estoy haciendo y me dirijo a la fuente de aquel estruendo. Abro la puerta de golpe y me topo con James, el padre de Sarah.

- ¡TIENES QUE HACER ALGO! - grita. - ¡Se llevan a Sarah!

- ¿Quién se la lleva? - pregunto confundida.

- Unos agentes de la paz, dicen que a cometido un delito y se la llevan al Capitolio para ajusticiarla. - su voz suena distorsionada por el pánico. - ¡Deprisa!

Salgo corriendo tras él. Su casa, que está a pocos metros de la mía, está abarrotada de agentes de la paz y varias personas del Capitolio, entre ellos Solem. Sarah está sentada junto a su madre, que la aprieta fuertemente contra su costado mientras le acaricia el cabello en ademán tranquilizador. Ambas levantan la mirada al verme entrar por la puerta y Dora suspira con los ojos cerrados mientras vocaliza unas palabras que no soy capaz de descifrar.

- Que nadie mueva un dedo hasta que aclare todo esto - ordeno a nadie en particular, mirando a Solem fijamente.

Me acerco a él rápidamente y lo agarro por un brazo, sacándolo de la estancia. Entramos en la cocina y es entonces, cuando pese a sus muchos intentos por escapar de la prisión de mi mano, lo suelto.

- ¿Qué demonios está pasando aquí? - le espeto. - ¿Quién es toda esta gente? - aunque no me veo, se que mi mirada es severa, porque Solem retrocede tras mis palabras.

- Han averiguado quién mató a Augustus. - dice tranquilamente mirando alrededor con despreocupación.

- ¿Y qué tiene que ver Sarah en todo esto? - pregunto confundida y enfadada a la vez.

- Fue la última en hablar con él. - dice pasando un dedo por la encimera y mirándoselo con cara de asco a la vez que se lo frota contra el pulgar. - No se como esta gente puede vivir así.

- Sigo sin entenderlo, que hablara con él no implica que fuera ella quien lo matara. - digo intentando razonar.

- Nadie ha dicho que fuera ella. - dice mirándome con los ojos entrecerrados.

- ¿Entonces porque os la lleváis a ella? - pregunto mirándolo de igual modo.

- Porque alguien tiene que pagar por ello. - dice mirando el reloj de bolsillo que pende de su chaqueta. 

- ¿Y vais a culpar a una niña inocente de matar a alguien, por el simple hecho de que fue la última en hablar con él? - pregunto alzando un poco la voz.

- Si. - dice poniendo los ojos en blanco, como si su respuesta fuera algo normal y corriente, casi aburrido. - Quizás tu no lo puedas entender, pero en el Capitolio, las cosas son así. La gente necesita un culpable y tiene que ser ella.

- ¿Quién lo ha decidido? - pregunto desafiante.

- El presidente. - dice en tono solemne.

- ¿Rain? - pregunto frunciendo el ceño.

- Snow. - dice con ojos brillantes de admiración. - Tenemos nuevo presidente, ¿no lo sabias? - pregunta extrañado mirando de nuevo el reloj. - Bueno querida, se hace tarde. El tren nos espera y no hay tiempo que perder.

Cuando esta a punto de salir por la puerta, lo agarro del brazo. Se gira lentamente para mirarme a los ojos.

- Fui yo. - digo. - Yo maté a Augustus.

- ¿Crees que no lo sabemos? - pregunta con una sonrisa en sus rosados labios.

- ¿Entonces por que la culpáis a ella, porque no me matáis a mí? - le pregunto agarrándolo por la chaqueta y sacudiéndolo.

- Por guardar tu secreto. Ella sabia lo que hiciste y aun así no dijo nada. Merece ser castigada. - dice.

- No es culpa suya, yo le pedí que no dijera nada. Es a mí a quien tenéis que castigar. - le digo casi suplicando.

- ¿No lo entiendes? - pregunta soltado una carcajada. - Tu castigo es vivir. Vivir sabiendo que ella murió por tu culpa, igual que River.

Dicho esto se marcha de la estancia con paso firme, sin mirar atrás ni atender a mis súplicas. Me quedo paralizada dónde estoy. Los gritos procedentes del salón me sacan de mi estado de inmovilización. Salgo corriendo de la cocina y llego a tiempo de ver como arrancan a Sarah de brazos de su madre, que llora desconsoladamente. A James lo tienen sujeto por el cuello contra la pared entre tres agentes. Solem sale por la puerta seguido de los agentes que llevan a Sarah agarrada por los brazos. Ella gira la cabeza y nuestro ojos se encuentran en una mirada cargada de pánico. Esa mirada me hace reaccionar y hecho de nuevo a correr.

- ¡Solem! - grito. - No puedes hacer esto.

- Ya está hecho. - dice sin mirarme.

- ¡Soltadla! - les gritos a los hombres que la tienen presa. - ¡Es a mí a quien buscáis, yo lo hice, yo lo maté!

Ninguno me hace caso, oigo a los padres de Sarah gritar dentro de la casa. Ella forcejea en un vano intento de zafarse. Agarro por las ropas al agente que tengo a mi derecha y lo zarandeo para que la suelte, le asesto varias patadas, pero su mano de hierro no suelta a su presa. Lo único que consigo es hacerme daño y varias miradas de odio. Los sigo hasta el coche, suplicando para que me lleven a mí en su lugar, pero nadie me escucha, lo único que se escucha más fuerte que mis súplicas, son los gritos de Sarah, que solo se acallan cuando la meten de forma poco amable en la parte de atrás de una furgoneta negra. Corro tras ellos, pero consiguen dejarme atrás en pocos segundos. Me dejo caer de rodillas al suelo rendida y un dolor punzante me atraviesa. Agacho la cabeza y veo la sangre manar de mis rodillas. Alguien viene corriendo hasta dónde me encuentro tirada y me ayuda a levantarme.

- ¡Mags! - me llama una voz familiar. - ¿Estás bien, te han hecho daño?

Levanto la mirada para ver de quien se trata y ahí está ella, tan hermosa como siempre, con esos ojos zafiros tan parecidos a los de su hermano.

- ¡Te dije que no te acercaras a mí! - le espeto a gritos mientras me alejo de ella.

La oigo gritar mi nombre, pero no me giro. Ella tampoco me sigue, lo que es un consuelo. Cuando llego a casa de Sarah, los agentes de la paz sacan a James por la puerta medio a rastras, sangrando copiosamente por la cabeza. Echo a correr en dirección a la casa y me encuentro a Dora tirada en el suelo, en iguales condiciones que su marido.

- ¿Qué les habéis hecho? - grito a los agentes que aún pululan por la casa.

- No atendían a razones. Esta casa ya no es suya, vuelve a ser propiedad de Panem. - dice un agente rubio muy alto.

- Al igual que ellos. - sentencia otro entre risas, provocando así las de sus compañeros.

- ¿Qué quieres decir con eso? - pregunto medio gritando.

- Que servirán al Capitolio como avox.

sábado, 9 de junio de 2012

CAPÍTULO 23 Mags

Un golpeteo sordo me obliga a abrir los ojos, miro a mi alrededor extrañada, en busca de la causa del ruido, estoy sola y no parece haber nada fuera de lugar. Me froto los ojos y me aparto el pelo de la cara. Vuelvo a escuchar el golpeteo. Me levanto perezosamente de la cama y me dirijo a la puerta, pero antes de salir de la habitación, me giro para coger la camisa de River que siempre me acompaña allá dónde vaya. Ya no tiene su olor, pero el simple roce de la tela sobre mi piel me reconforta, como una caricia invisible. Bajo los escalones mientras me la abotono, se oye de nuevo el golpeteo y abro la puerta de la entrada. La luz solar me ciega, alzo la mano para hacer pantalla y retrocedo un par de pasos. En la penumbra de mi hogar, veo a Dora Russet esperando en el porche. Le hago un gesto con la mano invitándola a entrar y ella da un paso adelante.

- Siento el recibimiento. - mi voz suena aspera y dura. Llevo demasiado tiempo encerrada sin hablar con nadie.

- No te preocupes. - dice en tono dulce.

- Pasa, no te quedes ahí. - le digo echando a andar. - ¿Te apetece un té?.- le pregunto desde la cocina.

- Sí, claro. - contesta a mis espaldas.

Saco la tetera plateada del armario y me dirijo a la despensa a por el té. Al abrir la puerta un fuerte olor me golpea la nariz. Llevo mucho tiempo sin salir y las pocas mis existencias escasean. Me giro para encararla.

- Lo siento, pero no me queda té. - digo avergonzada.

Las dos miramos a nuestro alrededor. La casa esta en pésimas condiciones, si no fuera, porque se que es mía, diría que está abandonada. El polvo abunda por doquier, hay vasos y platos sucios escampados por la cocina y las arañas, parecen acampar a sus anchas entretejiendo sus complicadas telas allá dónde les place. Avergonzada, agacho la cabeza.

- Toma. - levanto un poco la cabeza y veo que me ofrece algo.

Son unas bolsitas de té. Al ver que no me muevo del sitio, se acerca y empieza a llenar la tetera de agua y la pone al fuego. Cuando se gira para fregar las tazas, la tomo del brazo y negando con la cabeza, doy un paso al frente y las limpio yo misma. Ella limpia un poco la mesa, para quitarle el polvo que la cubre y cuando el agua hierve, nos sentamos una frente la otra. Pasamos varios minutos sin hablar, ella me mira fijamente y yo lo hago de vez de cuando, mientras doy pequeños sorbos a la humeante taza. Dora se aclara la garganta, da un sorbo y dejando de nuevo la taza sobre la mesa empieza por fin a hablar.

- Gracias.

- Soy yo la que debería dártelas a ti, al fin y al cabo, el té lo has traído tú. - digo intentado bromear aunque sin el tono adecuado de voz.

- Sabes que no me refería a esto. - dice señalando la taza.

- Lo sé. digo asintiendo.

- Perder un hijo es muy duro. - dice,siento una punzada de dolor que intento disimular bebiendo. - Cuando el distrito eligió a Sarah para participar en los juegos, creí que no podría soportarlo. Perderla a ella también. - dice estremeciéndose. - Pero conseguiste traerla de vuelta y te estaré eternamente agradecida por ello.

- Yo no hice nada. - mi voz ahora suena floja y sin vida.

Nos volvemos a mirar largo rato, apenas apartamos la mirada de la otra, empiezo a cansarme de esto, estoy cansada y quiero volver a la cama. Ella parece leer mi pensamiento, porque se levanta.

- Pareces agotada. Deberías darte una ducha antes que vengan todos.

- ¿Que? - pregunto confundida.

- A mediodía vendrán a buscaros para la Gira de la Victoria. - me dice extrañada. - ¿No te acordabas?

Niego con la cabeza mientras mi cuerpo entra en tensión. La acompaño a la puerta y la cierro tras de si. Subo las escaleras corriendo y me encierro en la habitación. Me apoyo en la puerta y me deslizo por ella hasta quedar sentada en el suelo. Me cuesta respirar y el corazón me va desbocado, las manos me sudan y estoy mareada. Intento relajarme respirando lentamente por la nariz, pero me cuesta calmarme. Pasado un rato que se me hace eterno, mi respiración vuelve a ser más o menos normal. Me levanto con dificultad y me meto en el baño, me quito la camisa y la cuelgo tras la puerta, me despojo de las pocas ropas que me quedan y me meto en la bañera. Dejo que el agua resbale por mi cuerpo, eliminando todo resto de tensión y suciedad. Cierro el agua cuando empieza a salir fría y salgo de la bañera. No me seco, salgo chorreando y empapando todo a mi paso, me acerco a la ventana y aparto las bastas cortinas para que entre la luz del día. Me siento mojada sobre la cama y dejo que sol ardiente seque mi piel lentamente. Llaman de nuevo a la puerta, me levanto lentamente, me pongo ropa interior y la raída camisa. Bajo las escaleras con parsimonia y al abrirla me encuentro de frente con Drew.

- Venía a ver si estabas lista, pronto saldremos. - dice, entrando y dándome un cálido abrazo.

Me mira de arriba a abajo y la pillo mirando de reojo a la casa. Me pasa una brazo por los hombros y subimos de nuevo las escaleras. Entramos a la habitación y lo primero que hace es abrir de par en par la ventana. Se gira y abre el armario. Me acerco corriendo y cierro la puerta dando un fuerte golpe.

- ¡No toques ahí! - le espeto.

- Lo siento, no pretendía molestarte. - se excusa rápidamente levantado las manos.

- Mi ropa está aquí. - digo dándole unos toquecitos a la puerta de al lado.

Asiente despacio y abre la puerta. Pasa unos minutos mirando y se decide por un pantalón estrecho de color negro, con americana a juego. Sigue buscando y rescata del fondo una camisa blanca de cuello mao. Me visto en silencio, notando su miranda posada en mí.

- Estás muy delgada.- dice con tono preocupado. - Y terriblemente pálida.

- Últimamente no salgo mucho. - respondo sin más.

Cuando termino de arreglarme, salimos de casa y nos dirigimos a la de Sarah, que está tres casas más allá. Veo al equipo de preparación salir delante de ella. La han dejado radiante. Sarah se gira y se despide de sus padres. Un carraspeo cercano me saca de mi ensimismamiento. Solem nos hace señas, mientras nos muestra un reloj dorado pendido de su levita verde. Nos dirigimos a los coches, antes de entrar me giro y asiento en dirección a Dora en agradecimiento por lo de antes. El trayecto en coche no dura más de diez minutos. Conforme nos acercamos a la estación vemos más y más gente que viene a despedirnos. Miro por la ventanilla, pero aparto la mirada rápidamente intentando ocultar mi rostro. Una niñita de rizos cobrizos saluda enérgicamente desde los brazos de una mujer rubia, Rose. No la culpo por venir, al fin y al cabo le dije que debía comportarse con total normalidad, pero ver a Ona tan cerca y no poder acercarme y estrecharla entre mis brazos me resulta terriblemente doloroso. Una mano aprieta la mía y alzo la mirada para ver de quién se trata. Sarah, con ese gesto tan insignificante a conseguido que no estalle en lágrimas. Le devuelvo el apretón, mientras meto la otra mano en el bolsillo y me pongo las oscuras gafas de sol que Drew me dio hace ya tanto tiempo.

Durante la gira, apenas cruzo palabras con nadie, a excepción de Sarah, Drew y Solem, aunque menos con este último. Hoy es la última parada antes de regresar a casa. El tren nos deja en la atestada estación del Capitolio. Nos llevan a dar un pequeño recorrido por toda la ciudad antes de conducirnos a la plaza. Durante el discurso del presidente, el último antes de jubilarse, oigo chistar a alguien. Me giro y veo a un hombre de mediana edad que me hace señas para que me acerque. Lo hago y al llegar a su altura me sujeta del brazo y nos escondemos entre las sombras.

- No tengas miedo, soy un amigo. - dice para tranquilizarme.

- ¿Qué quiere? - le pregunto extrañada por la urgencia de su voz.

- Ayudarte, se lo que pasó en el Capitolio los pasados juegos. - frunzo el ceño, pensando en lo ocurrido con River y él, asiente como si supiera lo que pienso.

- ¿Cómo? - pregunto, ahora la urgencia sale de mi boca. - ¿Quién es usted?

-  La resistencia. - susurra mirando en derredor. - Toma. - pone en mi mano una diminuta pastilla amarilla, la miro detenidamente, intentando averiguar que es.

Cuando levanto la mirada para preguntarle, estoy sola en la penumbra. Oigo aplausos y salgo rápidamente de mi escondite y me pongo al lado de Solem, que no se ha dado cuenta de mi ausencia. Una vez terminada la pequeña entrevista, nos conducen a la mansión del presidente. Al entrar compruebo que nada a cambiado desde mi última visita hace cuatro años, aunque a decir verdad, no ha cambiado desde que la pisé por vez primera después de ganar los juegos. Como un poco de todo y apenas me separo de Sarah.

- No creo que quieras hacer eso. - le digo arrebatándole una diminuta copa de entre las manos.

Ella frunce el ceño y le explico lo que ese insignificante líquido transparente es capaz de hacer si se lo bebe. Deja la copa lentamente sobre la mesa de una forma muy cómica, como si en lugar de una copa, estuviera dejando una bomba que podría estallar al menor movimiento brusco. Cuando la copa reposa de nuevo sobre la mesa, se gira para mirarme y se pasa una mano por la frente, como si se secara el sudor.  Las dos nos reímos y no puedo evitar sentirme extraña al oírme reír, hacía mucho que no lo hacia.

- Vaya, veo que estás muy contenta, ¿Ya te has olvidado de tu marinero? - pregunta sonriendo Augustus.

Me giro para mirar su repulsiva cara y nada más posar mi ojos en él, mi mandíbula se tensa y mis manos se convierten en puños. Meto ambas manos en los bolsillos para disimular y noto algo en el derecho. Palpo con la mano y recuerdo la pastillita amarilla. Vuelvo a sonreír, aunque esta vez falsamente y me acerco a él, poso una mano sobre su hombro.

- Quería pedirle disculpas por todo lo que pasó. Estoy muy arrepentida por mi comportamiento. - le digo, intentando que no se note la falsedad en mi voz.

- Tranquila querida, está todo olvidado desde el momento en que puse fin a la vida de ese pobre desgraciado. - dice restándole importancia inocentemente. - Tendrías que estar agradecida de que lo hiciera tan rápido, podría haber jugado con él durante horas, ¡días quizás!

- Lo estoy. - digo retirando mi mano de su hombro y dejando caer por el camino la pastilla en su copa.

- En fin, tengo que dejarte. - se despide. - Sarah, estás preciosa, espero verte más por aquí.

Las dos lo observamos alejarse y entremezclarse con la multitud. Estoy atenta, no lo pierdo de vista, quiero saber para que sirve la pastilla amarilla. Sarah sigue a mi lado, mirando a la muchedumbre.

- ¿Qué le has echado en la copa? - pregunta entre susurros.

- No lo sé, pero pronto lo averiguaremos.

Dos horas después, veo que Augustus sale del salón y se dirige al jardín. Miro a Sarah, pero está ocupada haciéndose fotos con los presentes y aprovecho el momento para irme sin ser vista. Salgo al jardín y lo veo de rodillas, agarrado con un brazo a una maceta enorme que contiene una palmera, hiperventilando. Me ve acercarme y me pide ayuda. Me agacho a su lado y le susurro.

- Esto te enseñará a no jugar con la persona equivocada.

miércoles, 6 de junio de 2012

CAPÍTULO 22 Mags

Me quedo dónde estoy, tirada en el suelo, con las manos aún apoyadas sobre el cristal. No se cuanto rato pasa hasta que vienen a buscarme. Un hombre me agarra por debajo de los brazos y me alza, pero no me tengo en pie. Al ver que no puedo caminar decide cogerme y llevarme en brazos. Cierro los ojos y la oscuridad se extiende sobre mí, con un peso aplastante. Cuando los abro de nuevo, Drew está sentada frente a la cama. Me llevo las manos a la cara y un llanto incontrolable se apodera de mí. Noto sus manos acariciando mi pelo mientras me susurra que todo irá bien. A pesar de sus palabras de consuelo, no lo hallo por ningún sitio y las lágrimas no cesan de manar de mis ojos. Me traen algo de comida, pero ni siquiera la miro. Siento que la cabeza me va a estallar en mil pedazos y a pesar de que hace rato que dejé de llorar, los sollozos siguen. Oigo a Drew hablar, pero no consigo entender nada de lo que dice hasta que se gira hacia mí.

- Tienes que levantarte, en una hora empieza programa. - dice mientras le hace señas a alguien.

Una avox le ayuda a tirar de mí para levantarme, me siento muy débil, pero puedo mantenerme en pie sola. Drew se marcha y me quedo a solas con la avox, que me ayuda a meterme en la ducha y pulsa los botones de la ducha. También me ayuda a salir y a vestirme. Cuando acabo de arreglarme la miro.

- Gracias. - mi voz suena rota, apenas audible. Ella asiente con la cabeza, se lleva una mano al pecho y luego la posa en el mío.

Nos miramos largo rato y no dejamos de hacerlo hasta que Solem llama a la puerta para indicarme que debemos marcharnos ya. Pongo una mano sobre el pomo, pero antes de abrir la puerta me giro y le doy un abrazo a la chica. Ella me da unas palmaditas en el hombro y salgo por la puerta. Bajamos en el ascensor hasta la planta que da a parar a la plaza y desde allí nos dirigimos por varios pasillos hasta encontrarnos con Drew, Eldur y los equipos de preparación. Todos me miran, pero nadie dice nada excepto Drew.

- Toma. - dice, dándome unas oscuras gafas de sol. - Tienes los ojos rojos e hinchados. Te harán parecer interesante.

Asiento y me las pongo. Suena el himno y Eustace Flickerman aparece en el escenario y el público estalla en aplausos y gritos ensordecedores. Los primeros en subir al escenario, son los equipos de preparación, seguidos por Solem, Drew y Eldur salen entre vítores y algún que otro grito de admiración. Llega mi turno. Salgo al escenario sin mirar a ninguno de los presentes y me siento sin estrechar la mano del presentador. Aquí arriba el calor de los focos es insoportable, me doy aire con la mano pero no es suficiente. Siento que me falta el aire, cierro los ojos fuertemente y las imágenes que me asaltan me hacen abrirlos de golpe, miro a mi derecha y Eldur me pasa un vaso con agua que bebo en dos largos tragos. Dejo el vaso sobre la mesita y miro al centro del escenario. Sarah está sentada en un sillón cerca de Eustace, viendo las repeticiones de la arena. Miro a la pantalla y veo a Sarah agarrada a la escalera plateada del aerodeslizador. ¿Cuanto rato llevo aquí?. Cierro los ojos y cuando los vuelvo a abrir todos están de pie, esperando a que empiece el himno, me levanto rápidamente y miro al frente sin ver. Una mano me agarra por el codo y me guía de nuevo hasta los ascensores.

Cuando vuelvo a abrir los ojos es de día, me siento en la cama y me quedo ahí. No se que hora es, pero alguien me dice desde el otro lado de la puerta que en breves partiremos hacia el distrito cuatro.Agacho la mirada y veo que llevo la ropa que me puse ayer, está arrugada, pero me da igual. Ni siquiera me paro a peinarme, me dirijo directamente a la puerta, pero cuando tengo la mano a medio camino del pomo, me acuerdo de la foto y me vuelvo para sacarla de su escondite. Levanto un poco el colchón y ahí está, la cojo y me la guardo sin mirarla. Cuando salgo todos están esperándome, incluida Sarah, que me mira con infinidad de preguntas en los ojos, evito su mirada y me vuelvo a poner las gafas de sol. Unos coches nos esperan en la puerta para llevarnos a la estación, me subo al primero y dejo que Sarah vaya con Solem. Llegamos al tren y yo sin decir una palabra me voy a mi compartimento. A pesar de que me llaman para comer y luego más tarde para cenar, no salgo, no lo hago hasta que no llegamos a casa.

Una marabunta nos da la bienvenida al distrito. Veo a Sarah echar a correr y lanzarse a los brazos de sus padres, yo aprovecho que la gente está distraida para escabullirme de allí e irme a mi casa. Al abrir la puerta, los olores familiares me inundan los sentidos y me dejo caer al suelo presa de un llanto incontrolado. Cuando por fin me calmo un poco, consigo arrastrarme hasta mi habitación. Entro y voy directa al armario, lo abro y me abrazo a la ropa de River, inspiro fuertemente para captar su olor y las lágrimas acuden a mí de nuevo junto con miles de recuerdos. Nuestro primer beso, el día que nos casamos, el nacimiento de nuestra hija, su cara al gritar su nombre en aquella horrible habitación, las gotas de sangre salpicando el cristal... Arranco su camisa favorita de la percha y me tumbo en la cama sujetándola fuertemente contra mi pecho vacío y roto por el dolor.

- ¿Mags?

Siento que alguien me llama, pero estoy muy cansada y no tengo fuerzas para abrir los ojos. Noto que me zarandean un poco y con gran esfuerzo consigo abrirlos un poco. Es Rose, la hermana de River.

- Lo siento. - es lo único que consigo decir antes de echarme a llorar de nuevo.

- ¿Que a pasado, dónde está River? - pregunta con voz temblorosa. Al ver que no contesto y que las lágrimas me están ahogando en la más oscura de las tristezas, se lleva una mano a la boca y otra al pecho y rompe a llorar.

No se cuanto rato pasa hasta que dejamos de llorar y soy capaz de contarle todo lo ocurrido, no aparta la mirada de mi hasta que acabo de hablar y justo cuando creo que me empezará a gritar por lo que he provocado, se acerca a mí y me abraza largo rato.

- No es culpa tuya. - dice acariciándome el rostro.

- Claro que sí, si hubiera aguantado un poco más y me hubiera mordido la lengua nada de esto habría pasado. - le digo alejándome un poco de ella.

- Estabas en tu derecho de hacer lo que hiciste, nadie es dueño de nadie. Ni siquiera la adinerada gente del Capitolio. - dice dando un paso hacia mí. - Hiciste lo que hubiera hecho cualquiera.

- ¡No, lo que hice no está bien! - empiezo a gritar. - ¡La que tendría que estar muerta soy yo! - noto como la respiración se me acelera y los sollozos vuelven como fuertes latigazos.

- Cálmate, respira despacio. - dice apoyando sus manos en mis hombros. - Te prepararé un té, eso te calmará y cuando estés más tranquila te traeré a Ona. Está deseando verte.

Niego con la cabeza y Rose me mira extrañada.

- No puedes traerla. - le digo sintiendo una punzada de dolor dónde antes estaba mi corazón. - Es peligroso, ahora me estarán vigilando. Nadie puede saber que es mía.

- Pero... - empieza a decir, pero la interrumpo antes de que diga nada más.

- Pero nada Rose, ahora es hija tuya. - otra punzada de dolor. - No nos volveremos a ver, será como si nunca nos hubiéramos conocido. - esta vez, la punzada es tan grande que me llevo una mano al pecho. - No tendrás que preocuparte por el  dinero, yo me encargaré de hacértelo llegar regularmente. Ahora es mejor que te marches.

- ¿Ni siquiera vas a despedirte? - pregunta afligida.

- Es mejor que no, sería demasiado peligroso. - le digo.

- ¿Que debo decirle si pregunta por ti?

-Nada, aún es muy pequeña, pronto se olvidará de mí. - mi voz se rompe al pronunciar la última palabra.

Nos damos un último abrazo, pero no digo nada más, aunque dudo mucho que pudiese. La puerta se cierra y me giro para quedar de cara al espejo de la entrada. Pero estoy sola y no hay nadie en el espejo.

[N. de Drewinthesky] la última frase es de un poema de J.L.Borges.

lunes, 4 de junio de 2012

CAPÍTULO 21 Mags

En los días siguientes al baño de sangre, Doom y su compañera de distrito, una chica bastante menuda llamada Ursula, causan cuatro muertes más, entre ellos los dos tributos del uno. Al parecer las alianzas no significan demasiado para él. El chico del siete lleva varios días perdido, deambulando en busca de algo que llevarse a la boca. Howl y Sarah no tienen ese problema gracias a las patrocinadoras de él, aunque no sé a que están esperando para separarse, solo quedan cinco tributos en la arena y no les conviene posponerlo por más tiempo. Esa situación hace que me tense pensando en lo que podría llegar a pasar si no se despiden en breve. Alguien me llama y me giro para ver de quién se trata. Scar se acerca a mí con expresión socarrona.

- ¿Has visto lo cerca que está mi chico de deshacerse de los tuyos?

- No vendas la piel del oso antes de cazarlo. - le digo, dedicándole una sonrisa maliciosa. - ¿Acaso ya has olvidado lo que pasó hace cuatro años?

Claro que se acuerda, lo delata la mirada asesina que me lanza justo antes de girarse y alejarse. Eso me hace sonreír, pero esa sonrisa no tarda de desparecer, porque justo en ese momento pasan muy cerca de mí un par de agentes de la paz. No puedo evitar sentir un ramalazo de miedo recorrer mi cuerpo cada vez que los veo. Desde lo ocurrido con Augustus, espero el momento en que vengan a buscarme. Solo me relajo cuando los veo desaparecer, pero me vuelvo a tensar al ver lo que está pasando en la arena.

Doom y su compañera han encontrado al tributo extraviado, se miran y se sonríen mutuamente. El chico se levanta lentamente, no parece asustado, más bien resignado. Los tributos del dos se separan y caminan hacia el otro cada uno por un lado, rodeándolo. El chico del siete, los mira a uno y a otro de forma simultánea. Doom se cruza de brazos mientras la chica lo empuja lanzándolo varios metros más allá, el chico se levanta y carga contra ella. Se dan varios empujones, algunos acompañados de puñetazos y algún que otro corte, producido por el cuchillo que ella lleva en su mano. Forcejean y pierde el cuchillo. En ese momento él se pone encima de Ursula y la sujeta por el cuello, manteniéndola bajo el agua. Doom se limita a mirar la escena con la cabeza ladeada, disfrutando del espectáculo. Ursula deja de patalear bajo el agua y él aprovecha para ponerse en pie y mirarse las manos con expresión culpable. Algo le hace darse la vuelta bruscamente y enfrentarse cara a cara con Doom. Este se acerca lentamente, saboreando el momento y cuando llega a su altura, le clava un daga en el estómago. El chico cae de rodillas, con lo ojos muy abiertos y un hilillo de sangre manando de su boca. Doom le arranca el arma apoyando un pie en su hombro, provocando que caiga muerto al agua. Entonces, entre sonoras risotadas se acerca el filo de la daga a la boca y lame lentamente la sangre que la impregna.

Los aplausos me traen de vuelta a la abarrotada sala. Me giro y los miro a todos con el ceño fruncido. Esa reacción ante lo que acabamos de ver me saca de mis casillas, pero no puedo decir nada, porque se supone que ese tipo de reacciones son normales y aunque pudiera decir algo, ahora no sería mi mejor momento para entrar en disputas. Me acerco a la barra y le pido al camarero algo fuerte. Me sirve una bebida color ambarina que me bebo de un solo trago. El líquido recorre mi garganta como si de fuego se tratara, abrasando todo cuanto está en su camino. Una mueca desfigura mi rostro y me lagrimean los ojos. Aparto el vaso lo máximo posible de mí.

- ¡Agua! - le pido al camarero con una voz apenas audible.

- ¿Dándole al whisky? - bromea Drew.

El camarero me ofrece una copa de agua pomposamente decorada. Le quito las sombrillitas y las plumas que la decoran de forma poco cuidadosa y las lanzo por encima de mi hombro. Me bebo el agua como si llevara semanas privada de ella. Me giro y miro a Drew con el ceño fruncido.

- ¿Whisky? eso más bien parece fuego. - digo recuperando mi tono de voz normal.

Ella ríe, pero yo no le veo la gracia. Me giro para pedir más agua y esta vez la bebo con más calma y si arrancar los molestos adornos. Drew me da unos toquecitos en el brazo y me señala la pantalla que tenemos más cerca. Al parecer Sarah y Howl han decidido separarse. Demasiado tarde, solo espero que no queden ellos dos para el final. Ese pensamiento me produce nauseas, no solo porque en tal caso se tendrían que matar entre ellos, si no porque deseo desesperadamente que uno de los dos muera primero. Drew, que parece leer mis pensamientos, me toma del brazo y me dirige a un restaurante cercano a la plaza. Nos sentamos una frente a la otra y comemos, aunque yo más que comer muevo la comida de un lado a otro del plato fingiendo comer. Apenas hablamos y yo casi no levanto la mirada del plato, pero varias expresiones de asombro y algún que otro gritito de sorpresa, me sacan de mi abstracción. Miro hacia la enorme pantalla que tienen en el restaurante y no puedo creer lo que ven mis ojos. Salgo corriendo dejando a Drew dónde está y me dirijo al centro de la plaza en busca de mi grupo de patrocinadoras. Cuando llego todas están llorosas, me giro y no puedo creer lo que estoy viendo. Howl se agarra con ambas manos la garganta y de entre sus dedos se ve la sangre fluir rápidamente empapando sus ropas. Cae al suelo de rodillas al mismo tiempo que lo hago yo. Justo en ese instante aparece Sarah corriendo y se tira al suelo al lado de Howl.

- Gv-ge-yu-hi. - son las últimas palabras que Howl consigue pronunciar antes de sucumbir.


Se oye el cañonazo y Sarah rompe a llorar. Doom, al ver su reacción suelta una gran carcajada, echando la cabeza hacia atrás y estirando los brazos a ambos lados de su cuerpo, celebrando su próxima victoria. Pero sus risas no tardan en desaparecer, porque mientras él se mofaba de la muerte de Howl, Sarah le ha lanzado la daga con la que Doom le cortó el cuello a Howl. Le acierta en el pecho, justo en el centro. Pero este, lejos de caerse muerto se lo arranca y se tambalea hacia Sarah con una expresión llena de odio, empuñando la pequeña daga plateada dispuesto a matarla, pero cuando se agacha para llevar a cabo su cometido, Sarah se levanta del suelo y le clava un cuchillo que llevaba escondido en la bota. Se que dan muy juntos por un momento y Sarah aprovecha para susurrarle algo al oído.

- Esto, es por todos aquellos que han muerto mientras tú te reías.

Retrocede unos pasos y él cae hacia delante al mismo tiempo que suena el cañonazo que anuncia su muerte. Las trompetas empiezan a sonar y la atronadora voz de Augustus Merryweather proclama a Sarah como vencedora del primer vasallage de los veinticinco. La gente empieza a  arremolinarse a mi alrededor, me dan abrazos y me felicitan. Veo aparecer a Drew, que me saca de ahí con bastante esfuerzo. Me lleva a la cuarta planta, dónde Solem y Eldur nos están esperando. Todos me abrazan y me felicitan, están felices por haber ganado, pero yo no me siento feliz ni mucho menos. Nunca lo estoy en estos casos. Me entregan dos chicos y solo devuelvo uno y eso si hay suerte. No creo que sea motivo de celebración, pero no digo nada. Pasadas unas horas, Solem me indica que ya puedo bajar al hospital a ver como está Sarah. Al entrar por la puerta, el fuerte olor a antiséptico me golpea fuertemente en el rostro. Me acerco al médico que está esperándome al final del pasillo.

- ¿Como está?

- Cuando llegó estaba bastante deshidratada y tenía un fuerte ataque nervioso. La hemos tratado y ya se encuentra bastante mejor, mañana por la mañana podrá salir de aquí. - me dice y después de estrecharnos la mano se aleja y yo me vuelvo por dónde he venido.

Llamo al ascensor, pero una avox me pide que la acompañe. La sigo por varios pasillos poco iluminados hasta una puerta. La abre para que entre y se marcha, dejándome sola en la habitación. Miro a mi alrededor y no hay nada. Es una sala cuadrada, con tres paredes de hormigón y una de cristal. Me giro hacia la puerta y al girar el pomo me percato de que está cerrada, empiezo a ponerme nerviosa y me tiemblan las manos. La habitación de al lado se ilumina y veo una silla en el centro de la misma. La puerta se abre y entran un par de agentes de la paz llevando a rastras a un hombre al que no logro ver el rostro. Lo sientan en la silla y entonces veo quien es.

- ¡River! - grito aporreando la pared de cristal que nos separa, levanta la cabeza y me mira asustado. - ¡RIVER!

La puerta vuelve a abrirse y aparece Augustus sonriente. Se gira para quedar cara a mí y empieza a hablar.

- ¿Tánto te costaba ser amable?  - pregunta. - Siempre fui cortés contigo y tú en cambio, me lo pagaste con continuos desprecios. - continúa, ahora con expresión dolida. - Sabes que podría habértelo dado todo... sin en cambio, he decidido quitártelo todo.

Se gira y pese a mis gritos de súplica y mis incesantes golpes a la pared, se acerca a River y le dispara en la cabeza, la sangre salpica el cristal dónde tengo las manos apoyadas. Augustus se pasa las manos por el traje y se vuelve a girar para mirarme.

- Esto te enseñará a no amenazar a la persona equivocada.

[N. de Drewinthesky] Gv-ge-yu-hi, significa Te quiero en cherokee.